Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

viernes, 4 de julio de 2008

Funeral en un Pueblito

Que dicha que pudiste llegar. Nos tenías extrañados a todos. Yo cierro, no te preocupés. La sombrilla podés dejarla con las nuestras, en aquella puertecita. Si, ahí. ¡Cómo te has conservado, ni se te notan los años! Claro que no pensamos que no fueras a venir, ¡con lo que lo querías! Pero con este diluvio uno nunca sabe lo que puede pasar. Por ahí anda Rodolfo contando que vio un carro con el agua hasta el techo, allá por el Cristo Blanco. Por donde estaba la casa de Virginia. Bueno, no importa. Pero pasá, pasá, que venís chorreando agua. En la salita de al lado Quincho encontró una chimenea medio destruida y la prendió para matar el rato, acercáte. Vení y te enseño donde, porque entre este montón de gente uno no encuentra nada. Mirálo ahí está, te dejo en buenas manos, que creo que se acabaron las galletas y el café. Quihúbole, ¿cómo vas? Acercáte, a menos que querás morirte de una pulmonía y obligarnos a enterrarte a vos también. No jodás, vos sabés que así soy yo, no me veas con esa cara de sos un desalmado porque no es que me esté burlando de Manolo. Al rato te escucha desde allá y te cree y viene a jalarme las patas en la noche. Vení, vení, dejá de verme y secáte un poco, que prendí este fuego para todos. Dáme y te acerco este banco. Yo muy bien por dicha. Ahí está, exprimiéndome cada aliento la muy maldita. Y todo por unos sacos de papa cada seis meses. Sí, en eso tenés razón. La verdad es que uno nunca sabe con esto de las fincas, vieras como la tenía de linda Manolo y de pronto se va a morir. No, no sé a quién le tocará, pero creo que a Javier o a Melania, porque Manolo no dejó ni hijos ni testamento. Pero que dicha que llegaste vos, nada había sabido desde que oí que dejaste tirada la parcelita que te dio don Víctor. No digás eso, tu papá era un buen hombre. Bueno, te dejo que hace poco vi entrar a tía Victoria y vos sabés cómo se pone si uno no la saluda. Ni te burlés. Aunque no sea tu tía, vos sabes que ella hace años te adoptó en la familia. Ni vos te salvás de esa. Ahí nos vemos más tarde, no te perdás ¿Por qué ahí con la chimenea? No me digás ahora que le vas a hacer un poema al fuego, si son tres tristes llamas que prendió el bruto de Quincho. Vos y tu poesía que sale de todas las cosas. Mucho Neruda diría yo, eso es lo que pasa por leer tantos poemas, se le fríen a uno los sesos. Y bueno, ¿cómo estuvo el viaje hasta acá? Una lluvia de los mil diablos supongo. Sí claro, me imagino. Ahora que venía para acá me encontré un carro con el agua hasta el techo. Ah, ¿quién te contó? ¿Maribel?. Condenada esa, que es una chismosa. Pues sí, vieras que impresión, me lo tope allá por el Cristo Blanco, por el palo de mangos donde nos trepábamos los fines de semana. El pobre hombre se había ido en una zanja y apenas le dio tiempo de saltar. Iba mojado hasta los huesos, así como estás vos ahora. Le tocó una buena semana a Manolo para morirse, a él que le encantaba la lluvia. Yo no me quejo, sinceramente. Todos los brotes de zanahoria van a crecer ahora. Sí, gracias a Dios. ¿Vos seguís metida en esas de los libros? Yo pensé que te habías curado después de quemar la fiebre con aquella novela. Claro, por ahí la tengo, orgullosamente autografiada. Me leí unas partes, sí… Es que la verdad he estado de locos, algún día te prometo acabarla. La que sí se la leyó fue mi señora. ¿Cómo? Si hasta te invité a la boda, pero como vos ya no te aparecés por estos pueblos menores. Ya te la presento. Es aquella que está por el candelabro de bronce. Vamos y así podés saludar a Martita, que anda muy caída. Usted escribió el libro ¿verdad? Claro, por la fotografía de la parte de atrás. Rodolfo no ha tenido la cortesía de leerlo. No se deje engañar con sus inventos de que tiene mucho trabajo en la finca y que las zanahorias lo tienen loco. A esas solo les faltó sembrarse solas, ni que las vigilen ocupan. ¡Rodolfo Uribe, atrévase usted a desmentirme! Por cierto, soy Guillermina, que este cavernícola probablemente ni le dijo cómo me llamaba. Aunque por hoy se lo perdono, ahí donde usted lo ve parece muy tranquilo, pero lo trae loco que se haya muerto Manolo. Ustedes se conocían desde chiquillos, ¿verdad? Rodolfo me contó un par de historias de cuando estaban todos en el colegio y también Manolo me había contado una o dos. No me haga esa cara, que sí lo quiero, aunque a veces nos tratemos de un modo particular. Así somos. No, claro, yo entiendo. Usted vino desde allá para ver a Manolo y ni ha podido verlo y yo aquí hablando tonteras. El ataúd está en aquella esquina. Un placer. ¡Tanto tiempo! La última vez que te vi fue cuando te fuiste a la ciudad a estudiar. Sí, muy jodido todo. Miralo como está el pobre. Por cierto, esta cajita le quedó muy bonito a Quincho. Y todos que decían que compráramos un ataúd hecho. Se hubiera revolcado en su tumba el pobre Manolo de saber que gastamos un chorro de plata en cuatro piezas de madera. Pero por dicha le tocó una temporada de lluvias. ¿Te acordás aquella vez que nos fuimos a hacer malabares a la capital? Claro, que queríamos ahorrar para un viaje por el país. ¿Ahora si? Hubo una tarde que llovió como si se fuera a acabar el mundo y estábamos todos hechos un puño en un zaguán y el fiebre de Manolo bajo la lluvia. Ay Manolo que era especial. ¿Y te acordás del carro que se quedó hablando con él? Aquel que en vez de acelerar cuando se puso en verde el semáforo se quedó conversando como si no le pitaran. Sí, el mismo que le dio el fajo de billetes. ¿Te acordás que le dijo a Manolo que fuera feliz por la gente como él? Pero estoy seguro que te acordás del fiestón que hicimos con la plata que nos dio ese pobre infeliz. Digo infeliz porque no era feliz, no me malinterpretés. Pero ahora aquí quedó Manolo. Sí, un infarto. No, no, dicen que no sufrió, por dicha. Ay, ahí viene doña Victoria, mejor me voy a buscar a Mina. ¿Ya no saludás a la pobre tía Virginia? Es que crecen y se van para la ciudad y lo olvidan a uno. Vieras cómo hemos sufrido acá con lo de Manolo. Estoy segura que vos también, con lo que se llevaban de bien de jóvenes. Y me consta que todavía de viejos se mandaban cartas y que él se leyó tu libro. ¿Yo? Echando para adelante, no queda de otra. Aquí enterrando sobrinos, no puede ser posible, pero el Señor sabe por qué hace las cosas. Sí, claro en eso tenés razón. Me contaron que seguís con la manía de escribir. Yo me acuerdo que siempre te dio por esas; cuando estaban todos los chiquillos afuera entre los árboles o tirándose en el barro, vos agarrabas un libro en alguna esquina y no le dabas tregua. Hay gente así. Tu papá casi se vuelve loco cuando le dijiste que te ibas a dedicar a la literatura, pero la verdad yo estaba de acuerdo, porque es bueno tener a algún letrado por si acaso. ¿Trajiste algo para leer mañana en la misa? Ah, sí, ya entiendo. Si claro, solo a estar un rato a solas con Manolo. A mí me da por ahí a veces, se me mete ir a la tumba del coronel a hablar con él un rato, porque no hay nada más bueno que descargar la conciencia con un muerto. Siempre lo escuchan a uno. Disfrutá de la tranquilidad con Manolo, que ya no lo vas a ver más, y aquí nadie te va a interrumpir. Yo me voy también, cuidá esa juventud. ¡Viste que bonito me quedó el ataúd! Trabajé ayer toda la noche y me salió esta belleza. Sí, ya la saludé. Te dije que no te ibas a escapar de esa, ya la tía Virginia te adoptó y no perdona esos saludos. Ahorita sale con alguna indirecta de que ya no la querés o algo por el estilo. Sí, yo estaba con él. Vieras que muy tranquilo, solo soltó un gruñido mudo y terminó ahí donde lo ves, acurrucado entre girasoles y bromelias y cuanta flor rara pudimos encontrar. Una maravilla para Manolo, pero yo me asusté como nunca. Imaginate vos, estar ahí los dos fumando pipa y que se calle de pronto y no vuelva a hablar. Sí, así fue. Que rico contarle a alguien y que no intente abrazarlo a uno. No, no, no digo que seas así. Igual no jodás, siempre fuiste como una piedra para mostrar lo que sentís. No es que me queje, sólo es una observación. ¿Cómo? ¿Ya te vas? Acabás de llegar hace diez minutos y ya te querés ir… Bueno, ahí nos hablamos. Llamame si ocupás alguna ayudita con algo de ebanistería allá en la ciudad. Yo me podría echar el viajecito, nos tomamos un café y te ayudo. Me llamás… Te veo otra cara de cuando entraste. ¿Pero cómo va a ser que querás irte? Ah, ya. Claro, toda la razón. Tu sombrilla está ahí, mirala. Que gusto oir de vos y que hayas podido venir a estar un rato con Manolo, yo se que uno ocupa esos momentos tranquilos de ves en cuando. ¿Pudiste estar un rato con él? Bueno, vos sabes que aquí somos buenos para hablar. Saludos pues, seguí mandando tus libros, que todos los leemos. Y acordate de no irte por la calle del Cristo Blanco, o vas a ser la comidilla del pueblo en la vela del próximo muerto.

2 comentarios:

José Pablo dijo...

yo compro su libro.
genial mae. genial.

CATA dijo...

a mi sí me gusta.
no lo borre.