Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

domingo, 21 de marzo de 2010

Del dedo al gatillo

Rubén está en el establo, con la yegua. Lleva echada ahí desde la mañana, no pudimos sacarla al campo hoy. Yo se lo dije a Rubén: "Vas a tener que trabajar doble, porque la yegua no puede ponerse en pie" y él se rió agarrándose la barriga y dijo que él valía por cuatro animales y podía con toda la finca entera si otra mano más que la suya. Yo lo dejé hablar y tomé las herramientas. Siempre lo dejo hablar, porque sabe hacerlo y le gusta que lo escuchen.

Pero hoy tuvo que escuchar al veterinario. La yegua pasó toda la mañana echada. Yo sé que Rubén la quiere mucho, aunque le cuesta decirlo a veces. Habla mucho y revolotea con palabras importantes que saca de los libros de don Tomás, pero dice poco. Dice muy poco, porque eso no lo aprendió. Durante el día se volvía a ver el establo, a escondidas, sin verla. Cada vez cargaba y araba y podaba con más furia, yo lo veía, con una ira ciega. A media tarde tuvo todo listo. Cuando la vio echada sobre la paja, llamó al veterinario.

La yegua es una bestia noble, pero está vieja. Los años se escurren entre los pellejos arrugados del lomo. Tiene el pelo rasgado, le falta a partes. La cola es un pincel gastado y sucio. Pero Rubén la abraza y le dice palabras lindas, le dice "Muñeca azul, doble lazo dorado, botón", como si fuera una hija y lo escuchara.

Antes de oscurecer, diez o quince minutos antes, le abrí la puerta al veterinario y lo conduje por la casa. Rubén no se movió del establo ni cuando entró el hombre con su maletín en mano. "Señor Pérez", le dijo "cuénteme de la yegua".

Rubén habló mucho, pero tartamudeó en cada idea. Le pasa cuando está nervioso, lo conozco. Podría ver su estómago enfriarse. Le encantan las multitudes, son su hábitat. Pero hablar con seriedad a la cara de otro hombre, eso no lo tolera. El veterinario lo escuchaba mientras medía los signos vitales de la yegua. A ratos lo alentaba con un "ajá" o un "entiendo".

Este veterinario es un hombre educado. Esperó hasta el final del relato de Rubén y lo consoló. Yo lo vi terminar su diagnóstico mucho antes y garabatear sobre un bloc amarillo, pero esperó al final de la historia. Llevaba anteojos de marco grueso, viejos y los limpiaba con manía. "Qué tiene, doctor?" preguntó Rubén tras soltar unos mocos.

-Su yegua se muere. No sobrevive la noche.

Así lo dijo, sin pena. Yo lo entendí, es su trabajo. Rubén vio el vacío con cara de incredulidad. "Tiene el corazón deteriorado, ya no funciona como debe. Es un milagro que aún respire" mientras recogía el maletín del suelo, "Si yo fuera usted, le ahorraría el sufrimiento de un tiro" y nos deseó buenas noches, me cobró sus honorarios y se fue como vino. Quedamos Rubén y yo con la yegua.

El establo huele a lágrimas y sangre de nudillos. Rubén está en el establo, lamentándose por la yegua que muere frente a sus ojos, que realmente se muere y sufre al morirse. Él se muere un poco también. Entro al establo, porque es buena la compañía. Rubén quiere dispararle, yo sé. Él quiere hacerlo, de verdad, pero no puede.

Una especie de pacto cerrado con la bestia le entiesa la mano, pero los ojos le brillan. Ya se cansó de pegarle a la pared, sangra en las dos manos. A la yegua le susurra al oído.

Yo salgo del establo y voy a la casa. Las mujeres esperan noticias de Rubén y la yegua en las escaleras. Subo en silencio y bajo con mi revolver 45. Nadie habla. Paso al establo y dejo el arma en el piso.

-Y qué putas hago con esto?
-Lo que querés hacer, la matás.
-No, no puedo hacerlo.
-Eso ya no es problema mío. Vos sabés qué querés.

Me duele por la yegua, que trabajó bien, y más por Rubén que quiere y no puede. Ahora me mira con ojos amarillos, como los de la bestia. El arma no se ha movido.

-No puedo ahora.

Yo salgo del establo y camino con calma hasta la casa. En la cocina esperan las mujeres y una de ellas me dice.

-No puede hacerlo ahora.
-Yo sé. Pero en algún momento de la noche le tendrán que bajar los güevos.

Y me fui a dormir.