Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

viernes, 20 de marzo de 2009

Ronda

"El discurso escrito, en cambio, es como una pintura: si se le formula una pregunta, no responde, y no hace sino repetirse a sí mimo hasta el infinito"
Guillermo Cavallo y Roger Chartier

domingo, 15 de marzo de 2009

Los Ciudadanos de Oro

"Old man take a look at my life
Im a lot like you
I need someone to love me
the whole day through
Ah, one look in my eyes
and you can tell thats true."
Neil Young

Pasados los sesenta y siete regresó al barrio. Con una calva reluciente en la coronilla y unas canas empotradas a media sien. Seguía igual la callecilla, un par de casuchas nuevas, pero la misma idea.

El barrio empezaba oficialmente en la pulpería de los Bolaño. Aunque no había ninguna línea, ni una barrera o un guarda que controlara el paso (en aquella época la seguridad era empleo para poquita gente), ese era la frontera. A media cuadra, pero era. Y ahí defendieron el barrio mil y una veces, muchachillos de once y doce, resorteras con piedras y alguno que otro palo de madera. Llegaban todos. Grandes y enanos, altos y bajos, ricos y pobres, todos codiciando los jocotes del parque. Rojos, casi estallando, amarillos con caras de pubertos o verdes para echarle limón, los jocotes de su parque eran codicia de cada güila que transitaba seis o siete cuadras a la redonda. Y que rico sangrar defendiendo lo de uno.

Encendió un cigarro, apoyado en la pared de la pulpería. La había comprado un chino y estaba llena de chucherías. Comenzó a desandar el barrio. Era una calle larga, a la mitad un cruce de calles y al fondo un callejón sin salida. De la pulpería siguió hacia la encrucijada, pasó por varios de sus trincheras de campaña, de los tiempos de morteros y pedradas. Chupó el cigarro. Ahí vivía Lolita, tan linda la negra. Las trencitas a media asta y un culito que apenas afloraba. También sangraba por Lolita, porque a los quince ya las luchas no eran a pedradas por los jocotes, sino puñetazo limpio al final de las fiestecitas que se hacían con el guaro que conseguían, y Vení dame con un puño de esos maricón, No te metás con mi novia, me oís? Las broncas enormes y gloriosas, la ceja sangrando sobre la camisa recién lavada, Lolita llorando sin saber a quien ayudar y al final encerrada en su cuarto el resto de la noche.

Otra chupada al cigarro. Fue con el hijueputa de Figueroa. Una noche se les fueron de las manos los golpes que iban y venían y acabaron los dos en la perrera, con un policía riendose de sus caras deformadas y la muchachada que perseguía el carro mientras una vieja bien brava los echaba del patio de la casa. Figueroa me robó a Lolita, enero del setenta y ocho, claro. Ya era una muchachita más sabrosa, con una sonrisa que alumbraba cuartos y diecisiete años de pura belleza. Pero los de afuera seguían llegando, unas guitarras a las once de la noche en la casa de Lolita o de Sandra, a la que le tenía ganas Alberto o una botella de vodka que llegaba como bajada del cielo, pero en medio cumpleaños de la negra. Y el cabrón llevándose la gloria, pavonéandose con su botella y los ojos de las muchachas que se caían por sus patillas agringadas y la hebilla de su faja. A veces la Lolita me daba un beso a mí, otras veces se lo ganaba él y la verdad ninguno de los dos tuvo nunca nada seguro. Nos tenía bailados la negra.

Ese Figueroa si lo veía me daban ganas de matarlo. Míticos los partidos en la plazoleta dos cuadras al norte. Eso era casi territorio de ellos, pero lo cedían domingo cada quince para retar al barrio a una mejenga brutal, con patalla a la espinilla y jalonazo de camisa incluidos. Y él de portero y yo goleador. Los goles que le hice y los que me negó, bonito celebrarle en la cara, No sos nadie, Para más mi abuela en silla de ruedas, Sos más malo que pegarle a la mama. Y los bailes frente a la barra, ahí sí que gritaba Lolita cuando anotaba, era todo eso del orgullo del barrio y apoyar a los chicos, porque aunque ya estábamos todos trabajando (un par de sapos en la universidad) todavía sacábamos el rato para volver a ser el barrio y dejar la sangre tirada, ahora en la gramilla y el polvo de aquella plazoleta abandonada. ¿Qué se habrá hecho Figueroa?

Pasó el cruce de calles y llegó a la que fue su casa, allá hace más de treinta y pico de años. El patiecito donde Lolita le regaló más de un beso, las veces que llegó tambaleandose entre borracho y sangrante, los juegos de rayuela cuando todos tenían ocho años y la vida era bella, comprar helados donde los Bolaño, llegar a comerlos en el caño de la casa. Siguió un poco y el parque, el jocote que habían cortado hace muchos años porque apenas asomaba parte del tronco. La última guerra por el jocote fue por ahí del setenta y tres, apenas lograron mantener la última defensa alrededor del parque pero resistieron hasta pasadas las ocho de la noche con piedras que encontraban tiradas entre el zacate. A media retirada, el cabrón de Bolaño le tiró una pedrada a la ventana de su cuarto y él pasó dos semanas con el viento colándose entre las rejas y el vidrio quebrado, porque su papá se negó a pagar más por sus jueguitos de guerrillero y tuvo que esperar a que el abuelo le comprara un vidrio nuevo.

Lástima que de los muchachos a ninguno he visto. Alberto se tuvo que ir a los diecinueve, los tatas lo echaron de la casa porque se jaló un tortón con un negocio raro y le dijeron que cantara viajera, pero todavía llegaba a sudar la camisa verde domingo cada quince. Los Jiménez se fueron en el ochenta y dos, los papás se pasaron a un barriecito nuevo, allá por el sur y ellos buscaron su apartamento lejos de los tatas. Así todos se fueron llendo. Lolita se fue después que yo, un par de años después, la topé hace como veinte años, toda casada y con una marimba de hijos, un esposo que no aprendió ni a cocinar arroz y una casa enorme con un jardín lleno de flores y una rejita blanca. Acabó feliz la negra. Lo jodido ha sido enterrar a un par de los quince del barrio, accidente de tránsito y tumor de los bravos, medio hígado y cuelgue los tenis.

Se sentó en una de las hamacas del parque, fumó el cigarro con ganas y miró al barrio. Tiró la colilla. De pronto sintió unas manos que lo agarraban por detrás y vio pasar unas muchachas con batas blancas.

-Gracias por llamar, llevaba dos días perdido.
-No se preocupe, a la orden.
-Les quedó bonito el mall.
-Muchas gracias, vuelva cuando quiera.

De la alegría de las ciudades

Asoleados vendedores de frutas, niñas de vestidos celestes caminando de la mano, una bandera a jirones, el trío de guitarristas ciegos, el que pasa y les deja una monea, las hojas que se lleva el viento, el viento que se lleva las hojas, los graffitis gigantescos en las paredes, las vendedoras de lotería, estudiantes de estadística hablando con los peatones, malabaristas callejeros, la chavala que pinta con su caballete, el caballete que espera que algún día lo usen, trece pericos sobre aquel joró tan floreado, el bar de segunda categoría, los adolescentes en la puerta del nightclub, los borrachos de principio de mañana, dos flores floreciendo, el permiso para redundar, el poeta frustrado, los miles que caminan cada mañana para coger los buses, un diputado comprando corbatas en pleno mercado, las familias de la mano, el café de los bohemios, un poco de maíz para las palomas, la jauría de perros del callejón aquel, el peatón que casi atropellan, el cerrajero que abre tempranito, miles de olores a pan y nueces y macadamia, el amor pobre tras un arbusto, los cinemas que venden completo el matinée, las sombras de los peatones, los periodistas de siempre, el que lleva el libro bajo el brazo, el que abre el libro en la plaza, el vendedor de flores en una esquina, los que traen las flores de su casa, el fotógrafo amateur que siempre llega, el ciclista que aún sueña con la gloria, la señora que vende sus artesanías, los que le pagan al malabarista de atrás, el último que cruza con la luz en amarillo furioso, robarse una uva del montón, el viejito en su mecedora balanceándose, la que suspira desde el balcón, los que tiran flores en la manifestación, los policías que reciben las flores, aquellos dos chiquillos que ríen, aquellos dos viejos que rían, el pobre diablo que llora, el chancho que escapó del mercado, comprar un mango en la esquina, las casas de ciento veinte años, la lluvia que mojó a los amantes, los locales de ropa de segunda, la música en los parques centrales, el árbol que se atreve a crecer, la moneda tirada en la acera, los letreros hechos a mano, una maravillosa tienda de confites, el que vende jugo de naranja en la calle, la que lee el periódico en una banca, el empleadito almorzando en la soda, los lustradores de zapatos, los niños que invitaron a la niña al fútbol.
Y después, caminar.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Alfredo Betoni

Un martes de febrero, a media tarde, Alfredo Betoni se encontró, por primera vez en sus diecinueve años de vida, pensando como un adulto.
La situación pintaba fácil. Mauricio no abría la puerta de la casa, dos pisos y pisos de maderas finas, recién comprada hacía ocho meses. Chiflidos primero. Luego unos gritos discrtos, es que doña Lorena está dormida mae, me dijo Mau cuando lo llamé. Gerardo, gorra negra para atrás, metro ochenta y mucho, se cansó.
Traían arroz cantonés recién comprado, el chino del barrio vendía barato, Nos echa rata el cabrón decía Gerardo, con más vuelto del esperado. Pero alimenta. Y se enfriaba. Mae Mauricio debe estar cagando, Usted cree, Claro mae, hemos gritado y chiflado como locos, nos hubiera oído, Y si se rulió, No, el mae se despierta con cualquier ruido, Que picha entonces.
Las ventanas del primer piso prometían. Había una con un ancho particularmente generoso que llegaba al patio de pilas. Era un salto pequeño, fácil. Demasiado fácil, Tiene razón mae, démole por esa palmera, Uy mae, promete seriamente, Pero ese va a estar duro, Va a acular, Usted cree.
Alfredo era más fuerte. Entonces agarró dos troncos de las palmeras, se balanceó, las vio medio enclencles y ahí mismo se bajó. Murmuró cualquier cosa. Pegó un par de gritos, Mauricio güevón que nos abrás. Y la ventana cerrada, el llavín trancado y la casa como burlándose.
Gerardo comenzó a subir por las palmeras. Era más alto, pero más flaco y debilucho. A medio camino se quedó pegado, riéndose como desquiciado. Mae, me voy jaja, ayúdeme Alfredo mae, me caigo. Alfredo le ofreció sus manos para que apoyara los pies y de pronto Gerardo se encontró sobre el techo del garaje. Con los gritos, finalmente el hermano menor de Mauricio abrió la puerta, Maes que están haciendo, Estudiando álgebra lineal mae, qué parece, Mae di, porque no tocaron la puerta en vez de subirse al techo, Puta, no se nos ocurrió, que vivo este chavalo, que oportuno.
Pasó Alfredo. Gerardo tenía que entrar por la ventana del baño de la hermana de Mauricio. Déjeme entrar, No, porqué esta en mi baño, Es que me subí al techo porque Maur, No me importa, allá usted. Una negociación rápida entre los tres, el hermanillo de testigo y Mauricio que de hecho salía del baño. Se pactó la liberación, un par de comentarios burlones y a comerse el chino.
A media comida, Gerardo preguntó, Mae que inútil usted, cómo no pudo subir, Mae fue como que no me pareció la idea, Por qué. Alfredo pensó en caídas de espaldas, batas azules de hospitales, pequeñas agujas en las venas de su brazo izquierdo, una piedra esperándolo en el suelo y la palmera que se rompe. Así lo dijo.
Los dos eran niños en cuerpo de adultos. Jugaban todavía con espadas de cartón, adictos a las películas de naves espaciales y caballeros honorables, despreocupados y libres.
Gerardo removió el arroz con el tenedor y dijo, Mae, pensó como adulto.
Alfredo se dio cuenta y, deprimido, volvió al arroz y para su sorpresa, se dio cuenta que podía distinguir el cerdo y la res de las carnes de procedencia dudosa.

domingo, 8 de marzo de 2009

Palabriando

"And in the naked light I saw
Ten thousand people, maybe more.
People talking without speaking,
People hearing without listening,
People writing songs that voices never share"
Simon & Garfunkel
A Sophie.

-No, muchacho. Vos estás equivocado. No se puede renegar el lenguaje. Es la casa madre, la grandísima vagina que nos parió diferentes al resto de los animales. El lenguaje nos hace humanos, chavalo.
-No, don Fabián. Perdón, pero no. El lenguaje lo único que hace es separarnos comunicacionalmente del resto de los animales. Mire, usted llega donde su señora y le dice, doña tengo hambre, así como cualquier pajarito cabrón pita y pita hasta que a la mama le plazca vomitar medio gusano para callarlo. Mire, lo que nos hace humanos es la pasión. La compasión. El orgullo, la soledad. La envidia. La desesperación. El cariño. La antipatía. Nos hace humanos poder llevar la vida más allá de reacciones químicas y pulsaciones cardíacas y sentir de veras que hay algo que vale. O que no vale. Pero sentir, carajo. Don Fabián, su perro no lo quiere. Solo entendió que si le obedece, come. Y si lo muerde, se jodió. Puritica supervivencia. Y que el humano razona igual? Entonces por qué los güevones que salvan veinte carajos de un bus que se hunde sabiendo que pueden colgar las tenis ahí mismo? Por qué usted se saca el bocado para dárselo a su hija? Eso es lo que nos hace humanos, no un código morfosintáctico con ínfulas de ombligo cósmico. El ser humano es más humano entre menos habla. O más dice entre menos habla, como lé de la gana. El asunto es que el lenguaje lo único que logra es atarnos, ponernos un lastre generoso para luego mirar como nos tambaleamos. El lenguaje sistematiza el proceso, lo somete a un sistema cerrado y tieso. Casi diría que corrompe la humanidad, en el sentido de lo humano, claro. Pero yo mejor me voy, don Fabián. Todavía me faltan unas vueltas antes de regresar a casa y ya me cae la noche encima.
-Bueno muchacho, andá. Tenés razon con lo que dijiste, no voy a pelearte eso. Pero cómo es de rico sentarse a desmenuzar palabras, entre tantas para escoger. Decime que a veces no te dan ganas de raspar alguna a poquitos, a ver que sale. El lenguaje podrá ser carcelero chavalo, pero no me vas a negar lo sabroso que es encontrar una de esas palabras que parecen de sastre inglés.
-Ah sí, pero esos son otros cien pesos y yo me tengo que ir. Queda para otra tarde. Hasta mañana, don Fabián.
-Nos vemos muchacho.

Y se alejaron los dos, entre horrorizados y llenos de asombro.