Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

domingo, 9 de noviembre de 2008

Matilde

Matilde estaba buscando una caja de fósforos. Abrió las tres gavetas del escritorio, movió los libros de la biblioteca y tragó polvo. Tosió generosamente y continuó la búsqueda. Las colección de tazas, la caja de las medias, el vaso donde guarbada lapiceros. Nada. Le quedaban todavía veinte minutos hasta el toque de queda.

Iluminada apenas por lo último del día, abrió la gaveta de la mesa de noche. No había fósforos, pero sintió un bulto extraño. Movió papeles viejos y unas monedas de Perú y encontró un cuadernito rojo y empolvado. Lo limpió con su enagua y lo abrió en la primera página.

"Roberto Ortiz. 1964"

Habían varios papeles sueltos. Una tarjeta de cumpleaños, un marcalibros, una hoja cuadriculada doblada en ocho. Matilde pasó las páginas y leyó un pedazo al azar.

"29 de marzo.
La mujer ideal existe. Odia las rosas y la Monalisa. Sabe hablar en colores y hay días que se siente roja. Algún día nos sentaremos en Santiago a contar piedras a la orilla de un caño. Escucha a Chuck Berry y ama las velas.
La mujer ideal existe. Solo hay que encontrarla."

Los fósforos pasaron a segundo plano. A Matilde se le encresparon los muslos y pensó a abrir los sobres amarillos. Llamó a Javier para consultarle, pero no respondió. Salió corriendo del cuarto a buscarlo.

-Hay un diario de hace once años en nuestro cuarto.
-Lo habrá dejado el que dormía ahí.
-¿Quién era?
-Pregúntale a la casera. ¿Trajiste los fósforos?

Matilde volvió al cuarto. El cuaderno rojo estaba abierto sobre la cama, invitándola. Lo puso sobre sus regazos y continuó la lectura.

"2 de junio.
El mundo gira alrededor de ella y lo sabe.
Pobre, repartirse entre tantos idealistas. Allá andará. Viste una falda larga y colorida. Todavía respira como nosotros. Maja las hojas secas, no ocupa papel rayado para escribir y colecciona lo que encuentra en la calle. Jamás entiende un chiste tarde, ríe con todo el cuerpo y prefiere los lapiceros azules.
Pero todavía camina."

Dejó el cuaderno a un lado y buscó los fósforos. Había una caja bajo la cama. Volvió al comedor donde la esperaba Javier y prendió la candela. La cena estaba calentándose en la cocina de gas. Los pericos acababan de comer. Solo podían esperar y faltaban siete minutos para el toque de queda.

-Era mejor cuando teníamos luz.
-No seas tonto. Las candelas dan luz.
-Tú me entiendes.
-Sí, pero no.

Matilde cruzó los brazos. Roberto Ortiz no hubiera dicho nada de la electricidad. Habría aceptado el toque de queda, sacado un dominó y reído. Hay días que no hay que leer cuadernos rojos, pensó Matilde. Buscó otra candela, robó llama a la que estaba sobre la mesa y dijo a Javier que no tardaba. Él quedó en la mesa del comedor, apoyado en sus codos.

Su cuarto olía a calle. Cerró la ventana para que no volaran los papeles. Sentada en la cama, abrió los sobres. Uno tenía sonetos estirados en papeles amarillos, otro tenía fotografías de esquinas de Santiago. Matilde siguió leyendo.

"14 de agosto.
La mujer ideal es bohemia, pero no lo sabe. Puede cantar en el Estadio o entrar a una exposición de Van Gogh. Aunque no escriba, hace literatura. Y eso sí lo entiende.
Sabe que los números tienen personalidades, se entristece por los contadores y persigue las burbujas de jabón.
A veces creo verla en la calle, pero no."

Mordiéndose los labios, Matilde cerró el cuaderno. Javier llamaba. Alzó la candela y fue al comedor de nuevo. La cena estaba lista en la cocina y él comenzaba a alistar los platos para comer. Destapó la olla y sirvió dos tristes raciones. Se sentaron a comer juntos.

-Javier, ¿por qué te fijaste en mi al principio?
-Te veías preciosa con aquél vestido rojo. ¿Te acuerdas?
-Sí, claro.
-¿Por qué?
-No, nada. Estaba pensando.

Javier removió la sopa, siguiendo con pereza el ir y venir del pedazo de pollo. Matilde sintió el frío en su estómago y dejó de comer. Abatida, apoyó la cabeza sobre las manos.

-La sopa cae bien.
-No, Javier. No es eso. Vamos a jugar memoria.
-Estoy cansado. Otro día.
-O mirá, yo digo una palabra y vos otra que relacionés con esa y después yo y así.
-No, Matilde. Déjame tomarme la sopa en paz.

Quedaron callados, iluminados por las candelas. Matilde se llevó una cucharada más a la boca, pero no pudo más. Se levantó y dejó el tazón en la pila. Tapó la olla de la sopa y la guardó en la nevera. No pudo resistir el impulso de volver por el cuaderno. Tomó la candela, se excusó y fue al cuarto.

"11 de setiembre.
Cuando la vea, voy a saber.
Tiene una voz resoluta, mejora lo que toca. Ella sabe. Está segura de sí misma. Cuando camina, no voltean a verla, pero es imposible negársele.
No bota una media porque tenga un hueco, entiende la grandeza de los artistas callejeros y sueña con ver el mundo.
Aunque ella ve más que nosotros."

Matilde dudó. Las chilenas como ella habían perdido el derecho a leer cuadernos rojos y soñar. Era una estupidez. Todas las mujeres tienen un Roberto Ortiz. Pero ningún Roberto Ortiz tiene una mujer. Mejor cerrar el cuaderno y volver con Javier y la sopa.

En el comedor, Javier la interrogó. Ella le dijo que había estado en el baño y lo satisfizo. Se sentaron cara a cara en la mesa, con las sobras de la sopa como única barrera divisora.

-¿De qué color son las vocales?
-Matilde, no te entiendo.
-Sí. La A, ¿de qué color es?
-Las vocales no tienen color. Son solo letras.

El silencio cayó de nuevo entre los dos y se escurrió hasta llenar las cuatro habitaciones del piso. Matilde le tomó la mano a Javier, pero estaba caliente y la soltó. Así quedaron unos minutos. Afuera sonaron unos disparos, lo de siempre.

-Esto es pura rutina.
-La sopa estaba buena. Buen pollo.
-Es el mismo de siempre, Javier. Ya vengo. Y no jodás.

Casi llorando regresó al cuarto. Alzó el diario y acomodó todos los papeles adentro.

"4 de noviembre.
Ella sabe divertirse con una cajetilla de fósforos o con un puñado de monedas. Le fascinan las goteras y le aturde la magia de un bombillo. Cuando lee a Cortázar, tiembla un poco.
Sueña con una guitarra y una fogata. A veces las estrellas, nunca la Luna.
Ya dejé de verla."

Matilde se aferraba a ese extraño. Oteó por la ventana y los faroles de la guardia nacional brillaban en la esquina. Pasaba el gato de los Méndez. Cuatro pisos más abajo, la calle estaba inmóvil.

"12 de diciembre.
Hoy la vi. Es de carne y hueso, siente y besa como yo. Fue rápido. No le digo amor a primera vista, porque no. Ya nos conocíamos. Caminamos por Santiago, alimentamos palomas y caminamos más.
Nos detuvimos en un parque. Llovía un poco, pero nos acostamos bajo un árbol y ahí quedamos muchas horas. No pude contarlas.
Yo creo."

Se levantó de la cama y buscó a Javier. Estaba sentado en el sillón de la salita, viendo también por la ventana. Se volteó y la miró con cansancio, aunque apenas eran las siete. Ella se acercó y le dejó un beso en los labios, esperanzada. Pero él siguió impasible.

Matilde tomó el otro sillón y se propuso revivir a Javier.

-Nosotros buscábamos constelaciones.
-Ya casi no hay estrellas.
-Eso decís vos. Tenés que soñarlas. Que sé yo, las estrellas no se evaporan.
-Matilde, eres la única chilena que vosea. Y déjame en paz un rato.

Ella se calló y trató de sostenerse ahí. La candela osciló. Las sombras jugueteaban en la cara de Javier y Matilde ya no halló palabras. En silencio pasó al cuarto y siguió la lectura del cuaderno rojo.

"23 de diciembre.
Vivimos en parques, plazas y avenidas. Subimos a San Cristóbal y recorremos la ciudad entera.
Ella es perfecta. Le apodé Diana, no sé por qué. Pero siempre sonríe.
Ayer jugamos rayuela con unos niños."

Matilde pensó que era hora. Ella y Javier se habían amado. Se amaban. Pero el toque de queda y estar de noche. La noche favorece al osado. Iría al sillón y sería otra vez como antes. Con o sin estrellas. Pero quiso leer un poco más.

"29 de enero.
La mujer ideal no existe. Camina disfrazada de espejo y media naranja, pero es una ilusión.
Cuando creo verla, me pellizco duro. Me escudo con los banqueros. No hay mujer que merezca que la esperen, que le escriban sonetos o diarios.
La mujer ideal no existe.
Y si existiera, sería enviada del diablo."

Matilde dejó caer el cuaderno al piso. Decepcionada y asqueada, lo alzó para ver si había algo más. Se rehusba. Quería creer que podía soñar. Otras anotaciones por el estilo y una de cierre.

"5 de febrero.
La mujer ideal la inventaron los cobardes."

Tiró el diario con rabia y los papeles quedaron esparcidos por el cuarto. Javier, que la había escuchado, le preguntó si estaba bien. Ella fue hacia la sala con los ojos llorosos y él la recibió en su sillón. Allí quedaron, ella llorando y él sin entender nada. Pero abrazados.

-Javier, no me importa que odiés las burbujas de jabón, te lo juro.
-Bueno. Pero ahora duérmete. Vas a ver que sueñas algo bonito.