Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

martes, 27 de diciembre de 2011

3:34 am

"No me podía dormir"
L.B.A.

El momento de espanto era la conciencia de estar despierta. Seguía la misma línea que descubrir que Sanidad clausuraba Papo's, que la instructora de manejo compró el título en línea y que ya era domingo pasada la medianoche (claro, siguiendo el axioma de que hasta dormir no se cambia de día) y el lunes se presagiaba como un insecto demasiado cerca de su boca, de su nariz horriblemente fría por el aire de la madrugada y de todo su sistema respiratorio, al punto que no podía pensar en otra cosa más que sumergirse en un estanque para huirle a esa colmena escandalosa.

Pasado ese instante minúsculo, abrir los ojos y sentir la piel inestable del colchón era rutina, apenas redescubierta a tiempo para deshojar con celo y frustración los múltiples intentos de encontrar el sueño, absurdos soldados de plomo alineados contra los tablones del piso de su cuarto, con piernas y brazos caídos, deletreando en sánscrito o ruso ortodoxo el embrujo necio del insomnio.

Lo peor (siempre, a cada minuto, se destapaban nuevos horrores, nuevos superlativos) era la decisión de aferrarse a la almohada a oscuras, al abrazo cursi de las sábanas; renunciar al zepelín que era el libro de Rosa Montero pellizcándola con los ojos, a ella que entre más cierra los ojos más se le abren. Finalmente, hacer la pantomima de la huida y morder el anzuelo como un atún muy tonto, con el torso erguido y el bombillo de 60 calentando. En el último vagón, el reloj siempre espera, burlón.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Adelanto

Cuando la negra tomaba el volante en sus manos (ya no en sentido figurado, sino en su Yaris 2003, pintoresco y sencillo como esas uvas verdes que venían sin semilla), dejábamos de aplastarnos contra la banca de madera detrás del Instituto y empezábamos a maquinar ángeles en la nieve en una playa neoyorquina o disertábamos animadamente del libro que habíamos visto en el maletín de la rubiecita que estudiaba francés donde el Curro, con el único insumo de la portada y las tremendas piezas tipográficas impresas sobre la portada: La heliconia del palacio. La negra sostenía que era una visión esotérica de la infancia, la flor trepada en el árbol materno y arraigada en el palacio del Padre, el viaje astral hasta la maceta del pasillo para creerse retoño de clavel; mientras que yo, incólumne en la variante victoriana que tenía entrepiernada esos últimos días, favorecía la obra clásica de las autoras que tropezaban a principios del siglo XIX con la temática inconclusa de la liberación femenina y la certeza de que una rubia que estudia francés no compraría una novela con ínfulas de filosófica, pues probablemente no habría pasado de leer a Simone de Beauvoir, meta volante que tampoco habíamos superado ni la negra ni yo

Las horas así se escurrían, entre felices y angustiosas, como cuando uno ve pasar entre los dedos lo último del agua que secuestró de la fuente pública y se sorprende porque se vaya y porque haya estado ahí tanto tiempo, porque el Yaris todavía permite las cosas idiotas y darle tres vueltas consecutivas a la rotonda sin que nadie lo sospeche se antoja necesario (hagámoslo negra, ¿quién va a notarlo? ningún otro carro le dará tantas vueltas como nosotros), desaparecer su carrocería japonesa en un rinconcito de los barrios burguesitos que tan bien conocemos y olvidarme de ella en los labios de la negra, en su pelo que esa una tromba marina, en sus ojos que entienden que la llamo por despecho profundo, porque la otra es una histriónica y porque cada vez que la veo se toma su personalidad tan a pecho que aspira a personaje de Brecht y quiere usar mi mentón para esperar a la actriz de reemplazo. No hablo de esto con la negra, no esa noche al menos; por ahora es reírse de la rubiecita en su cama que lee el libro y se lamenta por estar sola y escucha canciones francesas para sentirse amada, la negra y yo nos la imaginamos tocándose en su soledad y yo entonces bajo la mano por su muslo y se rompe la rubia y se rompe la otra, aunque sea por unas horas y los dos sepamos, cómplices como las copa de los árboles, que al final de la tarde ya no tendrá sentido seguir la farsa.

viernes, 21 de octubre de 2011

El Gran Baile

Yo soy un coronel que dejó las armas y estoy encerrado en una cárcel por la costa. Todos los días maldigo a mi custodio y por las noches sueño que lo mato. A la tercera mañana, me despierto en el catre de él. Entonces camino hasta mi celda, le entrego al carcelero el gran llavero herrumbrado y entro en ella para recibir la porción de comida que me entrega entre los barrotes.

Esto sucede cada semana.

lunes, 17 de octubre de 2011

H.I.E.

Los días que uno tiene el cuerpo más diluido
y el pecho más frágil,
hay canciones que son dardos.

domingo, 16 de octubre de 2011

Dimitri

Estar en la intersección que forman Octubre y Enero, a tres o cuatro pasos del tranvía. Mirar el día con los ojos de un perro que ve llover, oler con rutina, exhalar la misma docena de palabras en prudentes intervalos.

El momento más peligroso en la vida de un hombre es cuando olvida a qué sonaba la menta. Hace un par de martes, la palabra paquidermo era una anécdota y las 48 eran una regla irrompible. Ahora me deleito con el sonido de ese duendecillo de porcelana al quebrarse.

Yo me tropiezo con Matilde una vez cada cuatro o cinco vidas, en las formas más elementales. En 1876 era una sombrilla púrpura recostada en un ventanal de Londres, con ojos de demasiada lluvia y poca arena. En 1913 la vi respirando entre tantos gatos como ella, la gata suprema, la prima felina. Hace exactamente 47 años, 2 meses y 10 días, era una peregrina cabizbaja entre las calles de ladrillos de Irlanda.

Cuando una bombilla se quema durante la tarde, es imposible notarlo hasta que caiga la noche. Entonces toca cambiarla. La maravilla de los números negativos es que nos permite continuar el camino que hemos desandado y comenzar de cero. Entonces todos los días son martes.

sábado, 15 de octubre de 2011

F5

Son chispazos,
diminutos relámpagos embotellados,
unos ojos que no se han visto en meses.

Es pisar descalzo un catre de musgo.

Hay viernes que parecen martes
de abril.
Topárselos en la calle,
aún cuando lluvia y octubre,
es como lluvia y octubre.

Al final,
la mañana huele de nuevo
a luz y a hierbabuena.

lunes, 22 de agosto de 2011

De sirenas

-Ya ni recuerdo lo que estábamos soñando.
-Has soñado conmigo últimamente?
-No.
-Entonces creo que no es cierto que uno sueña con las personas que se acuestan pensando en uno. Igual, deberíamos hacer un experimento con todas las de la ley un día de estos.
-Bueno.

Están a oscuras y caminan un poco a tientas, otro poco de memoria. Todavía tienen la ropa con la que se acostaron, pero ahora él tiene una bufanda morada y ella un reloj marca Pissocia. A los dos les sorprende un poco el hecho de que ella tenga el reloj y él la bufanda, pero todo bien. Francamente, el río fluye.

-A veces yo intento caminar por la ciudad intentando abstraerme de lo conocido. Comportarme como turista. Olvidarme que llevo años lijando estas esquinas y pretender que son nuevas. No lo logro más de cinco pasos a la vez.
-A mí me pasa con las montañas.

Caminando un poco más, se topan en el centro. Es, o les parece a ellos, una habitación de techo amplio, porque el fresco de la madrugada se cuela un metro sobre sus cabezas.

-Ya conocíamos este lugar.
-Pero sólo de hablarlo. Nunca habíamos venido.
-Vos sabés que ya no hay que tildar el "solo", verdad?
-Sí, pero me gusta.

Hay un catrecito, que huele a mal sexo y colillas de cigarro olvidadas. En una esquina descansan unos cigarros marchitos sobre un cenicero, sobre un ceniero, pero no tienen ningún olor. Afuera empieza a caer una lluvia pausada, con timidez de novata.

-Si pudiera establecer una pauta para todos mis dormitorios, serían las luces de colores. Deberían colgar de las paredes, como si llovieran canicas.
-Eso. Luces de colores. Ese es el nombre que vamos a publicar. Es el nombre que deberían tener siempre. Nada de navidad.

Después de toparse en el centro, recorren con los ojos la oscuridad.

-Cuando estoy en el mar, siempre espero que unas manos me arrastren de las piernas hasta el fondo. No con miedo, con ansias. Me gustaría que me arrastraran las sirenas y me enseñaran su idioma, pero nunca pasa.
-Si vos fueras sirena, tendrías la cola marrón.
-Pero yo sé que eso nunca va a pasar.
-Hagamos una promesa: si alguno de los dos descubre que existe un mundo paralelo, sea en la segunda estrella a la derecha, o cayéndose por un hueco o entrando en un armario, esa persona vuelve a contarle al otro.
-Lo más probable es que nos lo prohíban, sería el protocolo en un caso de esos.

Hay un silencio y luego un golpe.

-Sí, la confidencialidad. Se me olvidaba.

Están sentados al lado y los dos juegan con el largo cordón enrrollado.

-Lo que la gente debería de conservar es el asombro. A partir de ahí, se puede conseguir todo.
-Y usted cree que eso se pierde?
-Vea toda la gente que está afuera. Es mierda que cuando les pasa al lado un perro mojado, o se despiertan una mañana exactamente a las 5:55 o se les rompe un botón se dan cuenta. No lo notan. Es hasta que un día algo totalmente fuera de serie les pega en la cara y los obliga a abrir los ojos. A asombrarse. Y ahí sí, ahí es cuando deciden visitar el zoológico, dejar de usar el carro para ir al trabajo durante unos días o escaparse un fin de semana con la amante. Pero para más no nos da. Nadie puede evitar el punto de control del desayuno a las siete.

Ella mete un poco la panza, como si le estuvieran tomando una foto. Él decide probar qué tan rápido puede tocarse las yemas de los demás dedos con el pulgar.

-El otro día pasaba por aquel edificio de ladrillos por el correo y me di cuenta que al lado había una casa abandonada. Me fijé por una rejilla y no vi nada, pero me dio miedo. Yo creo que el miedo es algo más, como si el cuerpo reaccionara físicamente a algo.
-Pero no nos daríamos cuenta?
-Sería, qué se yo, como cuando en el siglo XI los afectaba la gravedad, pero nadie sabía qué era. Solo sabían que cuando tiraban algo se caí. Algo así debe ser.
-Yo creo que el miedo es una presencia. El cuerpo reacciona ante la cercanía de algo, que vos y yo no sabemos qué es, pero es algo ahí.
-Es como un perro antes de un temblor.

Podrían arrancarle el olor de mal sexo al catre, pero siguen sin tocarse. Para eso hay otras mujeres y otros hombres, otras noches etiquetadas para eso, con todo el desinterés y el compromiso del caso. Arrastran la conversación con buen ritmo.

-El otro día que nos vimos no salió tan bien.
-No?
-No. Al menos yo sentí eso. Yo sé que en algún momento vamos a poder cuantificar la incomodidad en un ambiente. Debe ser como la humedad o la presión atmosférica. Uno entra a un cuarto y sabe si acaban de pedirle el divorcio a alguien o no.
-Y qué va a hacer cuando logren medirla?
-Compro la patente de la máquina y la entierro.

Él ya está empezando a cabecear. Se acaban de dar cuenta que están en un pasillo central. Todavía no amanecerá por un par de horas.

-Me voy por hoy. Seguimos hablando.
-Dale.

Él camina hacia un extremo del pasillo y deja el teléfono blanco sobre la base. Ella solamente vuelve la almohada. Mañana no recordará nada.

domingo, 24 de abril de 2011

21/3 = 7

Este es un amor diferente.
Como un museo,
o una góndola en el supermercado.

En abril empiezan a salir los niños
y sacan de sus bolsillos
escarabajos,
rollitos de tela a rayas,
dientes de leche
o anzuelos de pescar.
Van en fila por las tardes y los dejan
en las puertas de muchas casas
y luego esperan.

Es un amor ofrendero, pagano.
Con manos de vendedor de frutas
que muestra la cosecha.

Yo soy el más niño
para estas tonteras de aparearse en abril
y a veces también me siento a esperar.

jueves, 3 de febrero de 2011

Sin título

No quiero escribirte,
nada.
Cero palabras.

Quiero dejar el resto de la página en blanco.
Porque es más lindo así.
Tener que pensarte.
Forzarme,
no a buscarte palabras,
sino a pensarte.

No quiero escribirte.
Quiero dedicarte insomnios,
poemas que recuerdo,
momentos que podría fotografiar,
historias ajenas.

Quiero hincarte los dientes.
Enseñarte como a los niños,
con las manos y el ejemplo.
Quiero jugar a entomólogo
y a curioso
y tal vez aprendernos una anatomía primera.

Tal vez otra madrugada,
te escriba lo que llevo semanas guardando.

Hoy sólo quiero soñarte.

domingo, 9 de enero de 2011

Little did he know

"Little did he know. That means there's something he doesn't know, which means there's something you don't know, did you know that?"
Dr. Jules Hilbert

Hoy conocí a una muchacha que olía como vos. La verdad no le vi la cara, ni le pregunté el nombre, ni me sé su signo zodiacal; sólo estábamos en la misma casa y yo pasé tres o cuatro veces a su lado. Es vacilón que ahora te recuerde, casi nítida, con sólo unas cuantas bocanadas de un perfume ajeno. Solo hago la nota.

Es raro que piense en vos, porque me gasto los días pensando en otra. No con la obsesión o el desenfreno mental de hace unos años, sino con más serenidad. Hay miércoles que sólo transita por la cartelera de cine o el sétimo capítulo de Te Acordás Hermano. Son días sencillos, sin mucho roncar de colmenas o náusea estomacal antes de dormirme.

Pero otros días la deletrean los objetos más comunes. El pitido de un afinador, dos tipos tomando té en un programa de mierda que pasa TVE, mi hermana que pasa, la canción que espera al fondo de la lista, una gargantilla de cáscaras de pistacho, el poema de Benedetti que antes odiaba porque no lo entendía y así sigue la lista. Lluvia de estrellas, una película que creía perdida, la foto de una librería en París, un LP, mi coronel y sus doscientas historias.

Uno es siempre el idiota. Una película que ahora parece tan vieja me presentó el timing y creo que nunca lo entendí del todo. Cuando uno voltea al frente, tiene a la nueva Luisa González con los labios entreabiertos, o descubre una tarde lluviosa que Peter Sarstedt en realidad le canta a ella, pájara casi siempre pinta. A veces lo que falta es abrir los ojos cuando hay que abrirlos.

Con el tiempo, uno aprende. Y lo que ahora sé, después me parecerá tan vano. ¿Qué sabe uno se manda de jupa al vacío? Little did he know.