Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

lunes, 15 de febrero de 2010

Post-Mortem

"Hope I die before I get old"
The Who

Después del entierro tomo a Federico del brazo, con suavidad. El carro está a una cuadra. Camina por inercia, como deben caminar todos los viudos del mundo. Julia me mira con ojos de pez amarillo, significativa. Quiere abrazarme, pero sabe que no. Las suelas de las botas de Federico rechinan de pura tristeza.

Me llevo a Federico a la casa. Tomado del brazo me lo llevo. Es un anciano. Murió Carmen y le cayeron sobre la espalda los años que nunca sintió. Ahora siento que podría entrar seis o siete veces en el asiento trasero. Es un animalito pequeño, un venado de ojos calladísimos, un cangrejo sin tenazas. Ni cuando cierra la puerta le descubro un ruido.

El carro es un corcel sabio. No hace ruidos, no ronronea ni gime entre la oscuridad de sus pistones. Julia me toma la mano. Atrás viene Federico, el anciano.

La casa espera con dos brazos abiertos. Calurosa, pero no caliente. Todos se comportan de maravilla. Federico baja del carro, toma posesión de sus pies y camina. Algo recuerda. Viste de negro profundo, como queriendo ahogarse allí donde no se nombra la luz. Tomo a mi amigo del brazo, callado. Así caminamos hasta la casa.

Roberto espera en el salón. Lo veo. Roberto es mi hijo y lo veo, vestido de gala con una camisa gris y un pantalón con los ruedos largos. Hoy son esos días que asimilo más claramente que Roberto es mi hijo y que lo veo. Él tampoco habla. Nos sigue el juego. Sus ojos son de pez azul, los tiene más pasivos.

Creo que Federico no puede verlo. Ahí en la sala está mi hijo y Federico no lo ve. Todavía lleva los anteojos oscuros y camina como usando un bastón. Julia sube antes. Abre la puerta del cuarto de Roberto. Sus tacones son mudos. Mi hijo nos mira desde la sala mientras subo las escaleras con Federico.

Entramos al cuarto de Roberto. Llevo a Federico del brazo. Una vez llevé a mi hijo así. Lo estaba castigando. Pero ahora es diferente; Julia me lo dice con los ojos: esto es diferente. Llevo a mi mejor amigo del brazo después del funeral de su esposa.

Cuando Federico se sienta en la cama, suelto su brazo. Mueve los ojos. Toca los soldaditos que tiene Roberto en su mesa de noche. Los mira. Realmente los mira. Julia y yo salimos en silencio.

Afuera espera Roberto con dos espadas de madera en su mano. Sabe que es su turno.

domingo, 14 de febrero de 2010

Primer Himno

Tal vez no escribo porque la conocí. O tal vez porque aún no la conozco. Las cosas la verdad se me hacen borrosas, el tiempo es una cosa tan flácida y tan parcializada: hoy parece que para muchos (estoy seguro que usted es una de esas) es un día lindísimo y corto, de los que uno parpadea y no ve pasar. Pero para otro buen grupo de mortales, yo incluido, claro, hoy es otro día cualquier y las horas son como otras. Largas.

Y si la veo, bien. Excelente. Pero imagínese (me imagino yo) que delicioso poder sentarnos una tarde a tomar café y hablar. A conocerla. La verdad estos últimos años he perdido el gusto a salir a hablar así nomás, solo vernos y hablar, y acaso hacer uno o dos movimiento inofensivos al final del postre. Creo que a veces quiero hacer eso con usted.

Sabe qué es vacilón? Que yo me acuerdo de cada día, porque la verdad son pocos. Mis días son como tristones. Tirando a grises. Qué cagada.