Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

miércoles, 4 de junio de 2008

De Ramón y los Gordos

A Cata Solís,
que es.

Ya comienza el desfile. Zapatos negros recién lustrados. Un anillo en cada dedo y cada mano abrazada a un habano. Todos fuertemende escortados por sendas bellezas calladas, un poco porque no saben qué decir, un poco porque no saben qué pueden decir.
Se sienta el primero. Pesado, rotundo, absoluto. Acaso se voltea sobre el hombro y llama a la belleza. Un martini dice.
Ya van cayendo los otros. Desfigurándose entre las humaradas del habano, pero aterrizando precisos en cada silla. Son cuatro y el quinto no llega. Y no llega. Y no llegó, dijo el más gordo.
Entonces Ramón quedó, con su corbata mal ajustada y su hebilla herrumbrada, sentado entre cuatro enormidades. Le tocan tres torres de batallones del menos gordo, por ser el menos gordo. Listos, fuera...
Bailan entonces los reyes sobre la mesa. Y un humilde cuatro que el gordo del habano despreció por el pecado de ser cuatro y no ser reina. Y Ramón con un mundo entre sus manos. "Lucy in the sky with diamonds" clamaba la radio, y Ramón cubriendo su mano para que no la viera el parlante.
Es el más rotundo de todos el primero que arriba al centro. Ramón se queda petrificado por el abultado ataque, porque de aceptarlo perdería de golpe sus humildes torres. Tiembla un poco el labio. Y el ojo izquierdo, pero ese es un tic que trae de nacimiento.
Pasan los gordos a contener el ataque. En su titánica inmensidad no ceden un centímetro, y el de más anillos se da el lujo de contraatacar con un llavero. Le pasan la batuta a Ramón, que mira desesperado sus recursos. Están todos los diamantes, pero falta Lucy.
Y lo que podría hacer con tanto. La casa con las ventanas blancas. El Chevelle. La Universidad para Felipito. Una nueva estantería para la sala. Entonces empieza el juego de ojos y se vuelven todos académicos.
Tic que a nervio obedece que por ojo es visto. Labio que al tic obedece que por ojo es visto. Mueca que al labio obedece que por ojo es visto. Ojo que observa a ojo que por ojo es visto. Y Ramón viendo diamantes en su mano, sin Lucy para que cante con ellos.
Algo recordó de Napoleón, algo que sacó de un libro de la sala. Grande, excelencia, piensa. Y despacha torres y llaves al campo. Respira. Respira otra vez. Sigue respirando. Ya pasó.
Todos los gordos lo miran y miran las llaves. Acaso el anillado dibuja una sonrisa prepotente y todos completan sus formaciones. Se cierra la arena.
Deslizan entonces un par de desechos, y reciben carne fresca. Allá fue el cuatro que no supo ser reina. Lo reemplaza un seis, igual de mal recibido. Todos se renuevan y solo falta Ramón, que temeroso solo pide un refuerzo. Pero lo deja anónimo.
Sigue el cuadrilátero cerrado y acuerdan no abrirlo. Los gordos todavía no quieren perder más de un llavero esa noche y se enfrascan en calladas luchas consigo mismo. Y sigue el enmascarado esperando, siendo emperador y sirviente a la vez.
Abre su abanico el ufano gordo más gordo. Un monumento a la Sagrada Trinidad. Respira intranquilo el gordo del habano y ni habla ni gime, cediendo la palabra sin sufrir mucho. El gordo anillado ofrece un monocromático espectáculo que contra todo pronóstico desinfla al primer expositor. Finalmente el menos aplastante muestra un elegante encaje de príncipes y nueves que todo humilla.
Y se hincha el último gordo de orgullo y prepotencia, mirando con desprecio a su alrededor. Entonces son cuatro pares de ojos fijos en los ojos de Ramón, que están fijos en el salvador anónimo que callado lo espera.
Con los temblores que la ocasión amerita, rompe el secreto del enviado especial y respira. Allí estaba Lucy, con la misma sencillez de siempre, dispuesta a coronar el cielo.
Deleita entonces Ramón a los gordos con su constelación de diamantes, sólidamente fundada en un 10 y finalizada con gallardía en la primera letra de todas. Y se alza con los cinco llaveros y las cinco fortunas y huye hacia el júbilo porque su Dios existe.
Pero los gordos, que se sorprendieron por solo un segundo, sacan un nuevo llavero y piden nuevas torres. Y al cabo de unas horas, lo único que recordarían de Ramón sería un nudo de corbata mal hecho y una hebilla herrumbrada

1 comentario:

CATA dijo...

Si lo habia leido! este es el del video... es que se me enredaron los titulos. Pense que este era el de las cucharas!
"Yo soy pésimo p los titulos" y yo pesima p aprendermelos!
Ahora a esperar el miercoles a ver como quedo el storyboard del mejor cuentista ever!
=D