Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

martes, 20 de mayo de 2008

Microcuentos

**Estos son cuentos que alguien me dio la primera frase y a partir de ella los escribí**


El secreto era no volver a ver aquel libro. Pero la tentaba. Frente a ella un letrero con flechas y nombres de ciudades. Madrid, izquierda. Toledo, derecha. Segovia, izquierda. Aranjuez, recto. ¿Dónde putas estaba Tarancón? El libro la llamaba, esperándola a su lado. Cerrado, pero gritando. Jamás. Ramón se reiría toda la vida de ella. ¡No pudiste llegar a Tarancón! le diría frente a todos.

Frenó. Se volvió a todas partes. Nadie. Se asomó por los retrovisores. No, nadie. ¿Cómo iría a enterarse Ramón? No podría.

Volvió a ver el libro y lo abrió. Se le iluminó la cara. ¡Malditas guías de viajeros!


Pero, ¿y si realmente fuera verdad? El ya estaba abriendo el armario para buscar un abrigo. Y una bufanda. Las bufandas son buenas, pensó ella, se puede usarlas para muchas cosas. ¿Y si no fuera verdad? Entonces podían ser bufandas eternas, pintadas a rayas. Rojo, verde, rojo, verde. Y pensó en él. Pero él no usaba bufanda, la bufanda era para ella. Pero de nada valdría una bufanda si no fuera verdad. Mejor un beso y para eso estaba él. Se apagó todo de pronto. Mierda, pensó ella en su cama.

Él se despertó en su cuarto, con un olor a lápiz labial en algún lugar de la cara.


Aliviado, el dinosaurio miró al cielo y sonrió. Otra huida feliz de una fiesta de cumpleaños. Victoria, hubiera dicho un general. Al menos, él lo hubiera dicho si fuera general. Sabe Dios que jamás había perseguido un dinosaurio inocente. Ya no hacen los niños como antes, pensó. Allá cuando tenía apenas unos cuantos años, él no lo hizo. Apenas corría. El hubiera sido general de haber podido. Pero, ¿había podido? Con las manos torpes comenzó a contar el botín. Nada interesante. La misma paga de siempre.

El hombre se quitó la máscara y caminó errabundo por Madrid.


La gente todavía no entiende que los trenes no pueden frenar por ellos. Allá terminan siempre todos hechos un puño en la última parada. Porque no saben parar. Solo vos podés, pero en tu tren. Creo que te odian, Andrés. Si pudieras enseñarles a parar, no tendrían que caminar desde la última parada. A veces llueve, Andrés, y son viudas y niños mojándose. Yo los he visto caminar. Dos cuadras, diez cuadras, veinticinco cuadras. Caminan, Andrés, y caminan duro.

¿Acabaste tu parada? Volvé a tu asiento y hacé sonar el timbre de abordaje. Nos vemos en la última parada, Andrés. Tal vez te sentés conmigo a verlos caminar en la lluvia.

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