Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

lunes, 13 de diciembre de 2010

Diario de Sorpresas, primera entrada

En los albores de la Batalla del cerro Dhogial, el coronel esperaba una carta del Hospital de Lenney con tanta angustia que los zancudos no lo picaron durante dos noches seguidas. Los oficiales mantuvieron vigilia frente a la puerta, horrorizados ante la idea de que no recibiera noticias, buenas o malas.

Media hora antes del inicio pactado con las fuerzas enemigas y convencido que jamás llegaría el mensajero, el coronel llamó a su secretario personal y solicitó una botella enorme de tinta, dos plumas de la mejor calidad y el primer papel que se encontrara. A su teniente más tenaz le encomendó la preparación para la batalla y al mejor capitán un plan para el escape, escupió veneno ensalivado en la entrada de su carpa y se encerró a escribir.

Tituló la primera página del manojo hediondo que le entregó su secretario con la fecha del día y empezó un diario de sorpresas. En una de sus traveseadas de niño por las ruinas de la Casa Martha, había encontrado un grupo de hojas encuadernadas de manera tosca y en cada hoja encontró una sorpresa que había recibido su autor durante cuatro años, siete meses y trece días, con la confesión de un suicidio totalmente previsible en la última entrada.

El coronel empezó su diario de sorpresas con el vacío interno que le dejaba el mensaje extraviado, el mensajero devorado por lagartos, el mensajero seducido en un pueblo de camino, el mensajero durmiendo en su casa pues nunca lo enviaron a ningún trabajo. Más allá de explicar su amargura, de roerse los tendones del torso, se limitó a documentar de manera detallada la sorpresa del momento.

Afuera, diez mil estandartes con los viejos escudos de la República se preparaban para la primera gran batalla que esos llanos olvidados habían visto desde que galoparon imperiales los primeros libertadores, con la minúscula acentuadísima. Hacia ellos avanzarían en veintiséis minutos, hora del coronel, hombres en tres veces su número.

Con su letra casi ilegible, el coronel se explicó su pesar por la muerte de tanta alma cristiana, por la maldita suerte que tendría el Cerro Doghial a partir de entonces, pero ante todo, escribió con rabia el alivio que sentía por conocer el desenlace. Con la mano en el pecho, horrorizado, narró a un lector anónimo la sorpresa de no inmutarse tras conocer la fatal suerte que le esperaba en el campo de batalla en veintiún minutos.

Escribió el coronel los detalles de su muerte, la caída de los doce bravos de su guardia personal, la espada de empuñadura azul que zanjaba dos o tres hombreras y luego la estocada certera, los dos metros desde la cruz de su caballo hasta el barro engrasado con sangre y los ojos en blanco. Daba una nueva explicación de la sorpresa que produce el conocimiento del final cuando entró el comandante primero, con la carta en la mano y los ojos expectantes.

Leyó el coronel la hoja amarillenta y supo que sí llegaría el batallón oriental por la retaguardia del enemigo con 15 mil espadas afiladas y el teniente coronel al mando, tras recibir alta en Lenney.

Conocedor de su rabia plana, su muerte, el otro universo paralelísimo y casi idéntico, las caras de agonía de todos sus hombres y las sombras que iban a trazar los cuerpos despedazados de sus doce valientes y ante todo, desprovisto de toda sorpresa ante cualquier cosa que fuera a pasar, el coronel sólo deseó con una solidaridad inexplicable que el general de la otra acera pudiera escribir su propio diario de sorpresas, antes que lo amaneciera por estribor el teniente coronel.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Francofilia

"Yo no sabía que era un fauno. Pero no, ahora me doy cuenta, soy un centauro. Patas delanteras flacas e inestables, como las de la vaca brava. Miro las vidrieras. Aquí un centauro-maniquí, con camisas wash&wear. Allí el semáforo verde y otros cinco centauros que cruzan Dieciocho. Dos de ellos con mujeres a cuestas, como en las motonetas. Desde que soy un centauro, busco una mujer para llevar a cuestas"
Mario Benedetti, Gracias por el Fuego

"The smell of you in every single dream I dream"
Train

"In dreams, emotions are overwhelming"
Shepane, The Science of Sleep
Qué dicha la de aparecer en una choza de madera, pintada a ratos de verde y con las puertas anaranjadas. Estamos acá, negra, estirá la mano hacia tu izquierda y tocá la pared del antecomedor. Afuera están pasando un grupo de gaviotas de papel, boronas de origami de una escena anterior. Mi tía está sentada en la mesa blanca de la cocina abriendo todos los pistachos de una bolsa, uno por uno. Mientras tanto, nos canta algo de Édith Piaf y a nosotros, que estamos recostados contra la pared llena de retratos de señores arrugados, nos suenan cosas diferentes. La tía, con cara de actriz de Hollywood, eso sí, abre cada pistacho y le exprime tu olor en una copita de plata. Abre y exprime, abre y exprime. Olé, negra, la casa entera se llena de vos y yo empiezo a tirar aviones de papel por el balcón del segundo piso. Vos te reís, pero me pasás las hojas más derechitas y yo las hago volar hasta el árbol segundo que se cae de tantas mandarinas que nos hacen eco de las risas. Salimos en un avión de esos, negra, encajados en una bandada de Pájaras Pintas que nos remolcan y me decís que entonces voy yo solo. Ahora soy un caza británica que sobrevuela las Malvinas y alguien está dejando caer canicas en la parte de atrás de mi casco de piloto. Si me vieras ahora, negra, vuelo derechito y hasta puedo hacer piruetas en el aire y tengo un uniforme que me hace ver los hombros grandes y una pelota de medallas en la parte izquierda del pecho. Pero no sé qué dirías. Persigo ahora a un hipopótamo alado y desde el control de la fuerza aérea me habla una niña de cuatro o cinco años en un francés exquisito y me cuenta de la historia de un grupo de animales alados que realmente no entiendo porque ya decidí dejar de asignarle significado a esos sonidos. Le disparo al hipopótamo por tristeza, a vos no te gustaría verlo así alado y errante. Cuando revienta, como un globo de helio, me huele a tu mejilla y sé que es estúpido porque las cabinas de cazas británicos son herméticas y vos no estás aquí. Mi tía todavía debe estar quebrando pistachos y mi abuelo arrancándole hojas a la matilla de menta que tenemos en el patio. Afuera siguen las aves de origami, sólo que ahora son lechuzas y el avión británico estacionado en la cancha de béisbol. Estoy sentado en la mesa del antecomedor de la choza de madera que alguien pintó de verde, pero sólo en ciertas partes, y quiebro pistachos para no olvidarme nunca. Con pesar te comunico, negra, que dejé de verte. En el marco de la puertita que da con la cocina hay un nido muy grande, con tres huevos enormes de Pájaras Pintas y estoy seguro que si quiebro uno vas a salir leyendo un soneto de Shakespeare o con una polaroid. Suena a catarata y huele a vos; alguien debe estar sacudiendo el árbol de pistachos.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Los viejos

"Lights will guide you home,
and ignite your bones,
and I will try to fix you"
Coldplay
El viejo se levantó del sillón al lado del teléfono, tomó su chaqueta verde y se fue a preparar un café. Afuera, el día se escurría entre los cipreses y el barandal blanco y él puso a hervir el oxidado jarro del café, agua hasta la mitad y fuego lento, que no tengo prisa. Como todas las mañanas después de Cerro Doghial, se había levantado antitos del amanecer y sostuvo guardia en el sillón hasta que aceptó tomar la primera taza.

Mascaba un manojo de hierbabuena con miel, para fortalecer las encías. La vieja se levantaría a las nueve y todavía le quedaban un par de horas para rumiar las primeras luces del domingo. Se asomó a la alacena y raspó lo último que quedaba en el tarrito de café, apenas alcanzaba para una taza y la vieja no podía respirar sin tomarse una apenas paraba los ojos.

Durante quince minutos, el viejo dejó la mirada ausente y vagó. El burbujeo lo regresó a la cocina de cuatro ventanas, chorreó media taza y volvió a la salita para vigilar el teléfono. El miércoles le había dictado una carta al escribano y personalmente la había entregado en la estación del correo.

Desde la noche del Cerro Doghial el teléfono lo mantenía en vilo. A la vieja le había dicho que esperaba una llamada del director de pensiones del magisterio, por una famosa nueva fórmula en el cálculo de los pagos que se inventó el nuevo reglamento. Ella le asistía en la vigilancia, tomaba los turnos del almuerzo y la siesta de media tarde, porque él roncaba neciamente y no daba cuenta del mundo exterior. Hoy no podía darse cuenta que estaba en el sillón al lado del teléfono porque ambos sabía que la dirección de pensiones cierra el viernes a las tres cincuenta.

Bajó un almanaque del librero y se puso a ojear las imágenes. Desde que era un chiquillo había visto muchos mapas y fronteras tropezarse y levantarse nuevos, ya no compraba los atlas. Pero lo maravillaban los paisajes lejanos y sostuvo muy cerca de sus ojos una interpretación que hacía el dibujante de las callecitas de París. Pasó una página y salió un retrato de Shakespeare, pero cerró el libro sin saber quién era el viejo feo.

El silencio del teléfono lo extenuaba. La casa chirriaba entera, las vigas lloraban otro año de comején y días y días al sol, pero nada entraba en la salita. Tampoco el viento se animaba a romper el cerco invisible que protegía las ventanas abiertas, por miedo a la impaciencia del viejo y la burla del auricular inerte. Él sacó un pañuelo marchito del bolsillo derecho para secarse las gotas de sudor y siguió sin aparecer un sonido.

La mano de la vieja movió con paciencia la puerta y lo vio sentado en el sillón al lado del teléfono, con el almanaque en la mesita. Se quedó de pie un rato, mirando la escena. Luego anunció que quería café y él movió los ojos hasta los de ella. "Ahora raspé el tarro. Solo queda para media taza" y ella que tenía un antojo terrible y quería tomarse dos bien cargados.

-Bueno. Ya regreso.

Y salió de la salita con el alma en la boca y una última mirada angustiosa hacia el teléfono. La vieja lo escuchó tomar las llaves del clavo donde colgaban y vio la figura con sombrero pasar más allá de los cipreses de la entrada. Con un sonrisa encallada en los labios arrugados, tomó el cable del teléfono y lo conectó al toma de la pared. Llevó el almanaque de regreso al librero, le quitó un poco el polvo del lomo, por aquello del asma del viejo, y regresó al sillón.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Oblación

Es tiempo de cierto lujitos,
qué decirte,
arrancar seis candelas del queuque
y sentirse otra vez de quince años,
claro, entero,
como si aquí no hubiesen pasado muchas manos
y ojos
y piernas
y labios
y hacerse el olvidadizo,
como si no hubiera dolido la mierda
y no tuviera tatuados
entre la tercera costilla y el paladar a
esas manos y ojos y piernas y labios.

Qué te digo,
romper los botones de la prudencia
y mostrar el pelito del pecho
(aunque sea poco)
para aguantar
otras manos y ojos y piernas y labios
y no pensar si dolerán en puta
o sólo un poquito,
sino jugar de macho bravo
o de pubeto inocente
(ya eso se interpreta)
y animarse a re-empezar.

Si me siento palma de mano,
llano y universal,
es para ser ofrenda de iniciación
primerísimo rito,
chiquillada de veinteañero
que olvidó el cuaderno de historia familiar
en un caño de la universidad.

Es el marinero terco
que casi muere ahogado.
Soñarse otras
manos y ojos y piernas y labios
sin saber dónde o cuándo o cuánto pegarán.
Y sin que me importe.


domingo, 21 de noviembre de 2010

La idea

Lo más sensato es dejar de tildar, cambiar las qu- por k-, dejar espacio a lo libre, tomando esto como una metáfora, que bien definió la profesora de español como una comparación no explícita, aunque sí, y bien, yo soy del equipo del símil. O al menos a partir de mañana, no hagás hoy lo que podés hacer mañana, todo tiene cara y cruz y si se tira muchas, muchas veces es muy complicado que caiga de pie. Entonces mejor asomarse al mundo, salir de la coraza absurda que hace rato me hiciste y volver a ser Diego, ese tipo absurdo que fui una vez y que ya dejé de ser.

Todo esto es el efecto catarsis que hablaba Angelick el año pasado, encuentre una válvula de escape y vaya dejando por ahí las cosas. Si usted usa muchas veces al mismo personaje en tal juego, va a ser bueno y en el mundo de pixeles va a ser reconocido. Pero eso no existe, apenas me alcanza para una alegría de media tarde cuando no quiero terminar la tarea de contabilidad. El uno de mi teclado no sirve y eso me complica los símbolos de exclamación, que de todas formas no soy muy enfático en nada que escribo.

Debería tomar ahora mismo todos los despertadores de la casa y romperlos en varios/múltiples pedazos. Aunque eso no solucionaría nada, la forma es nuestra obsesión, abortos del siglo XX escupidos en una década de que me caigo o no me caigo y yo no entiendo lo que dicen estos numeritos, mirá, vení, podés explicarme por qué tengo la pantalla azul. El carajo con este momento absurdo, estos avatares esparcidos por servidores y sitios anónimos, la tercera cuenta de correo para hacer el segundo perfil falso en las redes sociales.

Mi papá me decía que cuando ellos eran chiquillos se iban todas las tardes a jugar ping pong a cuatro casas de la de él, en las tardes de verano y algo se les escapó de estar jugando en vez de estudiar. Eran tiempos sencillos, el tiempo se podía perder en un limitado número de actividades presenciales y el ritual de apareamiento era básico, hola, te hablo, estos son mis ojos y esta es mi boca entreabierta, cuando la abra un poco más va a ser para darte un beso, vale?

Ahora que vos y yo estamos tan lejos que no podemos encontrarnos, que yo sé que estás ahí y a veces me dan ganas de agarrar mi celular y mandarte un mensaje porque encontré un nuevo puesto de libros usados o porque llevo media hora esperándote en una banca del parque de San Isidro de Coronado o porque yo sé que ahí estás y vos también escuchaste el Hypnotic Brass Ensemble y sentiste la piel reventarse de ganas de salir gritando. A veces creo que se piensa mucho en estas cosas que realmente no van a tener una relevancia en mi vida.

Una amiga mia tenía un abuelo, o lo tiene, mi punto es que está el señor con sus cuarenta años y su crisis de preadolescente que muchos se afanan de superar (aunque mi criterio es que es absurdo afanarse de eso) pero está el viejillo, economista muy arrecho y con el pelo medio lleno de canas decide que cuelga la calcu y se mete a escultor. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y Pedro Navaja con un tiro en las tripas y rubencito cantando al fondo, que ahora le entra con los de la 13 y suena en todas.

Lo que me gusta es respirar hondo y pensar que estoy con un cigarro muy grande y muy feo, que me obliga a aspirar largo y fuerte y después cuento cuatro segundos, de algún lado lo oí y boto sin pena, cuatro segundos más y luego espero cuatro. Hoy lo hice sentado en la iglesia y a veces eso me llena más de paz que otras cosas. Lo que pasa es que tengo ahora una coraza, me la metiste vos y ella y en su momento, y me la dejé meter yo y ahora lo que quiero es dejarme ir, sentir los hijueputas trenes roncándome en la panza y planear una salida estúpida a algún lado.

Mi profesora de periodismo escrito nos contó varias historias de reporteros que creían que el medio los iba a censurar y se autocensuraban. Mi profesora de sociología me decía que cada día había que hacer una cosa contra lo establecido, solo por el asunto de romper con la monotonía. Un compañero me decía que es raro, lo que hoy lo hacemos vamos a hacer lo mismo dentro de siete días y uno asume que son días iguales, cuando cada día es maravillosamente nuevo.

Las primeras veces que bajaba en bus a la universidad, pensaba que la gente que viajaba había perdido la alegría, yo iba pensando muchas cosas buenas y malas, tontas y retontas y después me bajaba y seguía hacia mis clases. La gente iba aguevada porque deben tener una vida de mierda con un brete de mierda, pero tal vez algo se pueda hacer para aliviar las cosas. El mundo debería de ser mejor, creo que es posible.

Yo era antes un poco más soñador, más temerario, más idiota porque la verdad es que sí viene al caso. Lo que pasa es que ciertas inhibiciones ciertamente nos inhiben. Y al otro lado del charco, por ejemplo, hay una negra cantándole al caribe que va a buscarla. En el noreste de norteamérica hay una universidad que se me negó. Las cosas no son parte de un plan, es cuestión de uno decidir si pasan por nada o pasan por algo.

Creo que con eso ya perdí la idea.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Artesanía

Javier nació en San Pedro, en 1990. A los 23 años, con la flor de la vida en las manos y en simbiosis con el teclado, logró aguantar 400 horas en la silla y (con el culo bien plano, eso sí) terminó su primera novela.

Como todo libro del 2013, ironizaba del casi apagonazo del año anterior. Javier, hijo predilecto de la generación X, lamentaba su aislamiento de lo natural y renunciaba de manera simbólica al útero urbano, a la génesis metropolitano, según el crítico de turno del Grupo Nación. Las 312 páginas de su obra estaban llenas de cafetales, huertos de abuelo y filas y filas de matas de banano.

"La frontera" fue un pegue inmediato. La Librería Internacional vendió todas las copias en 2 meses, en su mayoría a estudiantes universitarios y colegiales a punto de graduarse. La editorial estaba considerando una reimpresión y el MEP lo incluyó en la lista de candidatos para las lecturas obligatorias de Undécimo Año.

Algunas semanas después del furor inicial, Karla, novia de Javier, recordó sus parientes de Linda Vista de Cartago y un primo que debía estar saliendo del colegio. Consiguió una copia, con el autógrafo y dedicatoria de rigor, que envió a Marcel, con la certeza que lo encontraría delicioso.

Su primo lo recibió unos días después, con el correo. Ávido como era para la lectura, voló por las primeras sesenta páginas en una tarde especialmente soleada, en una silla frente a la entrada de su casa.

Nomás empezar el sexto capítulo, concluyó que el libro era una total mierda, una fantasía de niño de ciudad que en su puta vida ha visto una pala. Lo guardó en la canasta de yesca para la chimenea y se fue a bajar unas mandarinas, para quitarse el mal humor.

jueves, 9 de septiembre de 2010

PLL

"¡Pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo"
Oliverio Girondo

No creo que sea la sonrisa, o las pestañas de tulipán marino. Descarto también las curvas, los bocetos de verbos como aspirar y entablar que te nacen al borde de la oreja o la osadía de tus manos de obrera de tiempos bíblicos. Tachemos también uno o dos besos, no todos.

Hilando más fino podemos deshilachar una o dos medias alegres y tus pantalones de cortar pedacitos de edificios. La manía por coleccionar aretes y (maravillosos) lipsticks. Ni son treinta y resto de álbumes en un www azulinado o una cajita de secretos de otro triple-doble-uve. No señalo nada de eso.

Paréntesis formal. Otros elementos de la lista que llegué a cruzar con una raya negra y gruesa: semillas cósmicas en opalina, un balcón mítico y la negra alfombra que domina, filmes, pérdida de memoria a corto plazo, Concha Buika, mango cele por la mañana y pasta por la noche, ojos cavados en agua y viento, ocho botones de flor anónima sobre una botella azul. Cierra paréntesis formal.

Yo rompo y rompo. Quebré un futuro par de patines, como una alcancía. Vacío. Es bueno eso de encontrar el lomo de tu hombro inhabitado, la cuenca de tu respiración agotada, dos manos abiertas y desiertas, como la superficie del hielo. Me desprendo. Tacho (no Somoza) con gusto.

Al final quedás vos, sentada a mi lado, luchando a mano limpia contra el tiempo, aferrada a un trozo viejo de madera de balsa para no ahogarte. Entonces me convenzo: ahí estás vos. A mi lado, alada.

Y es mejor así, sin interferencia.

jueves, 19 de agosto de 2010

Una verdad

Para escribir de verdad hay que estar comiendo mierda.

miércoles, 26 de mayo de 2010

De la incertidumbre conocida

Cuando caminaban podían sentir en el aire la angustia ajena de las metas, del camino-no-recorrido, de saberse en trance. Ellos iban de la mano, como docenas de parejas que a diario asaltaban aceras, plazas, escalinatas de ministerios y esquinas perfumadas. Avanzan sin prisa. A su alrededor pasan miles de pies que salen de locales de madera y se pierden tras puertas. La niña de amarillo va con su madre, tiene un confite en la boca y parece no entender la prisa materna. Pega saltitos para alcanzar el ritmo, todavía con el envoltorio del dulce en la mano. Alejandra quiere agacharse y tomarla de su mano libre, “pequeña, no tenés que correr al lado de tu mamá, ella va tarde para la peluquería pero vos podés sentarte a disfrutar del parque conmigo” hasta que regrese la señora con un nuevo corte y el tinte con acento francés en que gastó el salario de la quincena, pero las mamás que caminan con niñas amarillas son muy celosas con sus hijas y se escandalizaría. Se aleja, pero ellos saben que dos o tres cuadras más adelante buscará la puerta de vidrio donde la niña esperará en un sillón café y gastado, junto a una mesita con muchas revistas viejas (porque las nuevas las guarda la peluquera en casa), mientras la mamá sonríe con timidez y pregunta por Flori, “que mire, me recomendó Sandra que la visitara a usted para que me ayudara, es que tengo un novio nuevo” y ellos prefieren dejar la visión ahí, aquello de la privacidad y la intimidad misma de una peluquería, último bastión de ciertas infidencias. Además los distrae el señor con maletín ejecutivo, traje gris ejecutivo, lentes oscuros ejecutivos, anillo ejecutivo y calvicie promedio. Se detuvo a comprar un pedacito de lotería en el puesto que maneja un señor muy viejo que (y esta vez la visión va por cuenta de Gastón) lleva 22 años en la misma esquina y puede recordar todos los números favorecidos con el premio mayor desde noviembre de 1990 a la fecha. El hombre se inclina sobre la mesa donde el chancero tiene los pedacitos que le quedan, pero lo llaman. Su secretaria le dice que recuerde la cita en la Alcaldía, “va tarde señor, me dijo el Concejal que lo esperaba a las 3 y acuérdese que usted no camina muy rápido”, pero el siempre-ejecutivo asiente (y la secretaria no puede verlo) le agradece el recordatorio, aun cuando es su gesto. Para cuando cuelga se lamenta un poco haber perdido un minuto en esa charla, secretaria nueva que aún no conoce su metódica vida, horas viendo numeritos en pantallas e informes financieros, calculando probabilidades y despedazando las manecillas de su reloj alemán para calzar la agenda diaria. Ellos se detuvieron un segundo, es delicioso plantearse estas interrogantes y su marca de medias favorito o la cantidad de llaves que carga. El ejecutivo vuelve a la mesa, con todas los papelitos pegados con chinches al pedazo de madera, pero él sabe que tiene que seguir caminando para la Alcadía y contra todo pronóstico (en esta parte sí les falla un poco la teoría) dice “deme dos gallos tapaos” y pagados los pedazos sale en carrera. El vendedor archiva tranquilamente el billete, murmurando algo del idiota que compra a lo loco, ellos se encogen de hombros, aunque todavía impresionados por la escena pero con la certeza que a veces el mundo se distorsiona así. Toman rumbo de nuevo, esperanzados porque saben que les falta rumbo y les sobra vida, a veces se toman de la mano o hay momentos que van lado a lado, buscando universos tirados en las aceras o en los pasillos de un mercado. Afuera, las parejas van de la mano a las cafeterías, a los cinemas, a la casa de una prima para poder tocarse sin que los vean los suegros. Ellos caminarán.

martes, 11 de mayo de 2010

Pesca artesanal

Ayer te esperaron.

Era un hombre sentado en un caño, muy solo y muy hombre. Contaba las piedras de la calle. Te iba a decir, cuando llegaras: “Aquí hay sesenta y dos piedras, sólo cuatro con vetas rojas y elegí esta para vos”. No llegaste y él se quedó con la piedrecita en la mano, rayada de rojo, esperándote. Vos estabas seguramente en tu casa, ocupada con labores minúsculas de pequeña diosa mortal o almorzando con un tipo moreno y de camisa verde en una cafetería con aires europeos que sirvió pollo frío y mal café.

El hombre se cansó de esperarte y se fue a casa con la piedra en su bolsillo. Pero siguió buscándote, en su misma rutina diaria. Como todos los días, pero esto vos no lo podés saber porque nadie te lo ha dicho, puso a hacer café en un aparato gastado y dos puestos en la mesa. Ayer te esperó un hombre a tomar café, tu taza con dos de azúcar como te gusta y una costilla de mermelada de guayaba, para acompañarlo.

Vos no sabías esto. Las mujeres como vos se pueden tomar el lujo de obviar las pequeñas existencias que gravitan a su alrededor, tengan o no tengan cafés y piedras involucradas. Ahora que estás leyendo esto te preguntás si es cierto. Hoy también te esperó, pero es religioso con su rutina y hoy fue al teatro con vos. Te guardó una buena butaca y, considerado como es, se llevó para la casa dos copias del programa, por si le preguntabas. La obra estuvo buena. Vos seguías con el colocho, uno o dos besos en la entrada de la casa.

Ahora que leés esto te preguntás en la posibilidad de que sea verídico. En el fondo, sabés que es cierto. Hay un hombre que a diario te espera con una copa de helado de menta chocolate o un papalote para volarlo en el Parque de la Ciencia o en la entrada de una galería de arte, para ver la exposición fotográfica que recién se inauguró. Ahora que leés esto, pensás que sí. Mientras, él te espera con las sábanas matrimoniales abiertas y el libro que estás leyendo de tu lado de la cama. Después el apagará la luz y te esperará, como cada noche, para dormir.

Será un hombre con dos anillos en la mano y un traje formal, con un corbatín negro. Ya tiene un vestido hermosísimo, de tu talla. Compró una corona primaveral. Vos apenas sospechás que es sábado a media tarde, te metés a Internet a ver las últimas noticias. Él llevó a los dos testigos y pagó por el sacerdote. Vos bostezás frente al monitor, deliciosamente desprevenida.

Mañana te esperarán.

viernes, 23 de abril de 2010

Arenga de Sargento

"Lo que aquí libramos, colegas, es la guerra
diaria por la defensa de nuestro modo de vida"
Coronel Henrique Capablanca

"Comenzamos a cruzar calles a mitad de la cuadra,
dejamos de subir a los puentes peatonales"
J.J. Muñoz


Un martes a mediatarde nos dimos cuenta que estábamos librando una guerra sin cuartel. Yo creo que vos estabas en clase de Contabilidad Avanzada, Jaime nadando tres mil quinientos metros libres en una piscina de 25 de largo y yo leyendo a Joaquín Gutiérrez, creo que era él. Los tres tuvimos un rifle en la mano, ahí, en ese momento, yo con un libro en una mano y un rifle en la otra y vos a media clase con la culata enorme puesta sobre el escritorio y Jaime, alabado sea, medio ahogado porque se le enredó la correa en el hombro izquierdo. Los tres aparecimos con un rifle en la mano.

Claro, vos eras una chiquilla tontona y yo un brutal aborto de filósofo, pero Jaime era un chavalo cuadrado (que horror, que horror) y nos sentó en los trece. "Miren, esto no es vara ni es magia ni algo raro" nos dijo, así nos dijo "a mi tío le cayó un cortauñas inglés en el hueco de la mano mientras subía el Aconcagua y nunca supo por qué". Entonces los tres lo aceptamos, tenemos un rifle, lo tenemos en las manos y el de Jaime casi lo mata. Ahí descartamos la magia copperfieldiana y otros trucos de bazar turco. Porque en eso tenía razón el tío andinista: si nos cae un cortauñas inglés es un cortauñas inglés que nos cayó.

Vos me contaste esa noche lo del profesor escandalizado y el grito furibundo de "Señorita, señorita!", porque en su lógica absoluta, llana e incorruptible de profesor de Contabilidad Avanzada no entraba la posibilidad de que un rifle apareciera en una mano (para cada activo que aumenta, debe ser compensado con otra cuenta que gana o pierde, cierto?) y la respuesta única y sola, tan sola y triste como un pájaro en mano, es que el rifle es tuyo, que la cuenta Bancos disminuyó y a cambio ahora un 22 con el gatillo un poco duro y sin cartuchos suficientes.

Yo al principio vi mucho el rifle, porque me daba miedo que se fuera de nuevo sin saber más de él, número de serie, rango de tiro, sabor de helado favorito, posición respecto a la conservación del avestruz, esas cosas. Pero el libro estaba bueno y terminé el capítulo con la mano sobre la culata. Cuadro cliché, leer a Quincho y tener un fusil en la mano izquierda, yo sé, pero así estaba sentado desde antes y ahí se le ocurrió caer al famoso rifle.

Capítulo finalizado, marcalibros en su puesto y yo en plena capacidad de todo lo que llamo yo, pasé a la situación del rifle a mi lado, como supongo que habrá hecho Jaime después de librarse del abrazo de la correa o vos cuando saliste de la clase. El asunto es que tengo un rifle en mi mano, me dije y te dijiste y dijo Jaime.

En ese momento no sabíamos la relevancia cósmica de tener un rifle en la mano en esta esquina ignorada de una galaxia de leche y luces, y creo, disculpá, que seguimos sin saberlo con certeza. Sólo sé que ese martes a mediatarde nos percatamos de la guerra y un capricho escurridizo nos enlistó de este lado sin consulta alguna. Nos impuso el peso terrible de la culata entre el pulgar y el meñique y terminamos en las largas filas de reclutas.

Y aquí estamos.

lunes, 12 de abril de 2010

Vibraciones e ideas

"No matter what they tell you
words and ideas can change the world"
John Keating
Parte 1.

Hola, soy el tipo de la mañana, el de la buseta blanca, Ah si, vos, Sí, yo, Bueno, trajiste el paquete? Sí, sí, acá lo tengo, Bueno pasamelo, y este quién es? Este es mi hijo, un buen muchacho es lo que es, No no, que espere en el carro ese carajo, Bueno andá mijo.
(En alguna parte del mundo, alguien le da una mordida a otro alguien frente a otro alguien que trabaja para un algo que se nombra con 3 iniciales. Un alguien se baja de un carro)
Mirá, la vara es así, te jodimos, porque vieras que yo trabajo para Eloy, entonces viene aquí con esta mascarita y ahora te llevo, Ah no güevón, no me llevás, Que sí, que te llevo, Que no, mirá que no.
(El segundo alguien monta una moto y se mete en alguna universidad, que de pura chiripa goza de autonomía constitucional y esas cosas)
Qué cagada, se me fue.

Parte 2.

Bueno caballeros, el asunto es que queremos entrar porque ahí está un sospechoso y los dos oficiales universitarios mirándose en la entrada de alguna universidad, en la entrada principal dicen, y se ven y dicen No mirá, es que la vara no funciona así acá, pero hagamos un buen negocio, me das un toquecito, así cuestión de minuticos y llamo al compa que está por aquella zona y en diez minutos te lo tienen acá, ropa planchada y peinado de carrera al lado, pero los otros, No no, así no me sirve a mí, porque realmente quiero llevarle este trofeito a la doña que está peleada conmigo y se alegra cada vez que agarro un corrupto, y los de la entrada, Que no, Que sí, Que no, Que sí, mirá como entramos.

Parte 3.

Y ya llegan los refuerzos, porque alguien se agarró con otro alguien dentro de alguna universidad, porque unos dicen que vienen por un sospechoso y es que ya ya ya casito se lo saco (el sospechoso, nada de AWR), pero porfa yo quiero pasar y mirá que mi moto puede entrar a la fuerza y así (un derroche necio de testosterona diría una amiga) pasaron unos y otros haciéndoles frente y después fueron otros, eran estudiantes, Me gustan los estudiantes cantaba Meche, y algunos chiquillos administrativos y uno o dos profes con conciencia, nosotros acá estamos porque creemos en una idea y mirá cómo nos cuadramos de duros y de altos, no me podés mover vos, si querés al delincuente no hay problema, te lo damos, pero no pasés, y entonces por ahí llegan refuerzos y en los noticieros alguien dijo zafarrancho y mucha macana y mucho uniforme y era una pelota de gente, linda y de todos colores, que decía, digamos que como Gandalf, aquello de You shall not pass y lo que pasó fue que hubo narices rotas, dientes tirados por la acera, uno de los uniformados con una pedrada en la cabeza y varios arrestados (incluyendo, a Dios gracias, aquel de la platilla malhabida).

Parte 4.

Yo digo que esta es más linda, pero vos a veces no concordás conmigo, pero te dijo que de veras nos lucimos acá, porque era hablar con la señora rectora a ver quién cocinó este arroz y entonces muchachos, aquí vamos nosotros con las manos abiertas y unidas, y a la delegación una voz y otras sí sí sí y caminemos porque es sano para el cuerpo y si te miento te diría que éramos pocos pero es que no, sí eran muchos y caminaban tan resueltos, tan convencidos, entonces estamos frente a la delegación y sin mentir se voló pata como uno o dos kilómetros de los grandes, pero afuera gritaban Libertad y algo de Militar y policía y la Universidad y el alma hacía efervescencia porque nadie le pegaba a nadie ni veníamos a pegar, esto es real, porque el diálogo es lo que hace que todo trabaje y mirá, que parece que hablan y con el tiempo salen los compañeros, porque hablando se entiende uno hasta con gorilas, viera que simpático como funciona eso y ya con los compañeros de vuelta, Miralos, están enteros, Y los que estaban en el hospital? Bueno, vámonos de acá, marchen de vuelta a la universidad que aquí se acabó el show.

Parte 5.

Caminamos lindo un pueblo con una calle ancha, cantando algunas canciones de los buenos tiempos, pero los tiempos son buenos ahora porque hay muchos de cientos de estudiantes marchando por una idea, por sus compañeros, porque a sus compañeros los llevaron en un carro sucio y con barras y ahora están de vuelta acá, con nosotros, y es lindo las mantas y la gente caminando.

Parte 6.

Después se nos ocurrió a todos, claro que yo estaba ahí, y aunque dudé un poco caminé con todos, y fuimos hacia un montón de semáforos y paramos la calle solo porque sí, Es hora de mostrar el poder de... dijo alguien y es que las palabras ya se diluían, porque a veces perdían el sentido, pero seguíamos muchos, la mayoría y muchas mantas y decían cosas grandes y un amigo Esto es malo, no es buena publicidad, nadie lo escuchaba porque caminaban y tomaban palos y cubos de basura y pedazos de bancas, y alguien con megáfonos nos decía, Libertad, Universidad, entonces montamos mantas y un taxi que casi levanta una estela pero ya veía que no construía nada ni lograba nada y me voy muchachos, cuiden las mantas y perdón por el escepticismo, pero me tengo que ir por hoy.

Parte 7.

Si hoy te cantara una historia de compañerismo e ideales, no me la creés, porque a veces uno se sienta en el sillón café de la sala y ve en la tele muchas cosas que no coinciden con muchas otras que mucha gente le dijo a uno, pero te tengo que contar que esto es cierto, que algo se sacudió hoy y a veces sacudirse es bueno y mirate a la cara, se te van abriendo los ojos y la boca, se te van abriendo, se va a activando este animal delicioso, estamos vibrando.


domingo, 21 de marzo de 2010

Del dedo al gatillo

Rubén está en el establo, con la yegua. Lleva echada ahí desde la mañana, no pudimos sacarla al campo hoy. Yo se lo dije a Rubén: "Vas a tener que trabajar doble, porque la yegua no puede ponerse en pie" y él se rió agarrándose la barriga y dijo que él valía por cuatro animales y podía con toda la finca entera si otra mano más que la suya. Yo lo dejé hablar y tomé las herramientas. Siempre lo dejo hablar, porque sabe hacerlo y le gusta que lo escuchen.

Pero hoy tuvo que escuchar al veterinario. La yegua pasó toda la mañana echada. Yo sé que Rubén la quiere mucho, aunque le cuesta decirlo a veces. Habla mucho y revolotea con palabras importantes que saca de los libros de don Tomás, pero dice poco. Dice muy poco, porque eso no lo aprendió. Durante el día se volvía a ver el establo, a escondidas, sin verla. Cada vez cargaba y araba y podaba con más furia, yo lo veía, con una ira ciega. A media tarde tuvo todo listo. Cuando la vio echada sobre la paja, llamó al veterinario.

La yegua es una bestia noble, pero está vieja. Los años se escurren entre los pellejos arrugados del lomo. Tiene el pelo rasgado, le falta a partes. La cola es un pincel gastado y sucio. Pero Rubén la abraza y le dice palabras lindas, le dice "Muñeca azul, doble lazo dorado, botón", como si fuera una hija y lo escuchara.

Antes de oscurecer, diez o quince minutos antes, le abrí la puerta al veterinario y lo conduje por la casa. Rubén no se movió del establo ni cuando entró el hombre con su maletín en mano. "Señor Pérez", le dijo "cuénteme de la yegua".

Rubén habló mucho, pero tartamudeó en cada idea. Le pasa cuando está nervioso, lo conozco. Podría ver su estómago enfriarse. Le encantan las multitudes, son su hábitat. Pero hablar con seriedad a la cara de otro hombre, eso no lo tolera. El veterinario lo escuchaba mientras medía los signos vitales de la yegua. A ratos lo alentaba con un "ajá" o un "entiendo".

Este veterinario es un hombre educado. Esperó hasta el final del relato de Rubén y lo consoló. Yo lo vi terminar su diagnóstico mucho antes y garabatear sobre un bloc amarillo, pero esperó al final de la historia. Llevaba anteojos de marco grueso, viejos y los limpiaba con manía. "Qué tiene, doctor?" preguntó Rubén tras soltar unos mocos.

-Su yegua se muere. No sobrevive la noche.

Así lo dijo, sin pena. Yo lo entendí, es su trabajo. Rubén vio el vacío con cara de incredulidad. "Tiene el corazón deteriorado, ya no funciona como debe. Es un milagro que aún respire" mientras recogía el maletín del suelo, "Si yo fuera usted, le ahorraría el sufrimiento de un tiro" y nos deseó buenas noches, me cobró sus honorarios y se fue como vino. Quedamos Rubén y yo con la yegua.

El establo huele a lágrimas y sangre de nudillos. Rubén está en el establo, lamentándose por la yegua que muere frente a sus ojos, que realmente se muere y sufre al morirse. Él se muere un poco también. Entro al establo, porque es buena la compañía. Rubén quiere dispararle, yo sé. Él quiere hacerlo, de verdad, pero no puede.

Una especie de pacto cerrado con la bestia le entiesa la mano, pero los ojos le brillan. Ya se cansó de pegarle a la pared, sangra en las dos manos. A la yegua le susurra al oído.

Yo salgo del establo y voy a la casa. Las mujeres esperan noticias de Rubén y la yegua en las escaleras. Subo en silencio y bajo con mi revolver 45. Nadie habla. Paso al establo y dejo el arma en el piso.

-Y qué putas hago con esto?
-Lo que querés hacer, la matás.
-No, no puedo hacerlo.
-Eso ya no es problema mío. Vos sabés qué querés.

Me duele por la yegua, que trabajó bien, y más por Rubén que quiere y no puede. Ahora me mira con ojos amarillos, como los de la bestia. El arma no se ha movido.

-No puedo ahora.

Yo salgo del establo y camino con calma hasta la casa. En la cocina esperan las mujeres y una de ellas me dice.

-No puede hacerlo ahora.
-Yo sé. Pero en algún momento de la noche le tendrán que bajar los güevos.

Y me fui a dormir.

lunes, 15 de febrero de 2010

Post-Mortem

"Hope I die before I get old"
The Who

Después del entierro tomo a Federico del brazo, con suavidad. El carro está a una cuadra. Camina por inercia, como deben caminar todos los viudos del mundo. Julia me mira con ojos de pez amarillo, significativa. Quiere abrazarme, pero sabe que no. Las suelas de las botas de Federico rechinan de pura tristeza.

Me llevo a Federico a la casa. Tomado del brazo me lo llevo. Es un anciano. Murió Carmen y le cayeron sobre la espalda los años que nunca sintió. Ahora siento que podría entrar seis o siete veces en el asiento trasero. Es un animalito pequeño, un venado de ojos calladísimos, un cangrejo sin tenazas. Ni cuando cierra la puerta le descubro un ruido.

El carro es un corcel sabio. No hace ruidos, no ronronea ni gime entre la oscuridad de sus pistones. Julia me toma la mano. Atrás viene Federico, el anciano.

La casa espera con dos brazos abiertos. Calurosa, pero no caliente. Todos se comportan de maravilla. Federico baja del carro, toma posesión de sus pies y camina. Algo recuerda. Viste de negro profundo, como queriendo ahogarse allí donde no se nombra la luz. Tomo a mi amigo del brazo, callado. Así caminamos hasta la casa.

Roberto espera en el salón. Lo veo. Roberto es mi hijo y lo veo, vestido de gala con una camisa gris y un pantalón con los ruedos largos. Hoy son esos días que asimilo más claramente que Roberto es mi hijo y que lo veo. Él tampoco habla. Nos sigue el juego. Sus ojos son de pez azul, los tiene más pasivos.

Creo que Federico no puede verlo. Ahí en la sala está mi hijo y Federico no lo ve. Todavía lleva los anteojos oscuros y camina como usando un bastón. Julia sube antes. Abre la puerta del cuarto de Roberto. Sus tacones son mudos. Mi hijo nos mira desde la sala mientras subo las escaleras con Federico.

Entramos al cuarto de Roberto. Llevo a Federico del brazo. Una vez llevé a mi hijo así. Lo estaba castigando. Pero ahora es diferente; Julia me lo dice con los ojos: esto es diferente. Llevo a mi mejor amigo del brazo después del funeral de su esposa.

Cuando Federico se sienta en la cama, suelto su brazo. Mueve los ojos. Toca los soldaditos que tiene Roberto en su mesa de noche. Los mira. Realmente los mira. Julia y yo salimos en silencio.

Afuera espera Roberto con dos espadas de madera en su mano. Sabe que es su turno.

domingo, 14 de febrero de 2010

Primer Himno

Tal vez no escribo porque la conocí. O tal vez porque aún no la conozco. Las cosas la verdad se me hacen borrosas, el tiempo es una cosa tan flácida y tan parcializada: hoy parece que para muchos (estoy seguro que usted es una de esas) es un día lindísimo y corto, de los que uno parpadea y no ve pasar. Pero para otro buen grupo de mortales, yo incluido, claro, hoy es otro día cualquier y las horas son como otras. Largas.

Y si la veo, bien. Excelente. Pero imagínese (me imagino yo) que delicioso poder sentarnos una tarde a tomar café y hablar. A conocerla. La verdad estos últimos años he perdido el gusto a salir a hablar así nomás, solo vernos y hablar, y acaso hacer uno o dos movimiento inofensivos al final del postre. Creo que a veces quiero hacer eso con usted.

Sabe qué es vacilón? Que yo me acuerdo de cada día, porque la verdad son pocos. Mis días son como tristones. Tirando a grises. Qué cagada.

martes, 19 de enero de 2010

Partida de Póquer

No es mi turno, que le digás a Carrilla que es él, que su mano es ahora la que mueve el florero y el bicho nos mira con sus ojos de elefante aéreo, indignado, y Carrilla, no, que dice que ahora mejor no, entonces es Varito, que corazón más bravo el de Varito, va moviendo el tazón con la mano izquierda y movete Tocho, alguien tiene que abrir la ventana y ustedes pónganse cómodos y no metan mucho la mano, vean a Varito que sí tiene pelo entre las piernas y es un garañón de los bravos.

Todos miramos al Varo, y Varito al Tocho, gran cabrón, que te movás a abrir la ventana, usted practica para ser estúpido verdad, y nos reimos nosotros de la gracia porque a ratos así es él, pero ahora saca al tazón de bicho, que todavía dilata sus pupilas y Carrilla no se ríe porque sabía que era su turno de moverlo y no le alcanzó el cromosoma ‘Y’ para hacerse hombrecito y agarrarse el par que tiene abajo para mover el tazón, entonces el Tocho, sí, suave, que se la abro, llévela al cuello Álvaro, y todavía yo mirando el bicho, que agranda y agranda los ojos, como si temiera volver a caer de nuevo entre nosotros, que preferiríamos que no porque tanto ha costado sacarlo.

Moverlo los últimos centímetros que lo separan de la ventana es crítico y me alegro que Varito esté acá con nosotros, porque es un berraco y ni el Cucho que siempre lo baila le ha dicho nada porque Varo saca al bicho y lo vemos con respeto canino, mirá con cruza la ceja en media frente de lo concentrado, pensar que ya estudia para abogado y tanto pobre diablo que tendrá que verse con la ceja.

Dale con los ojos el elefante aéreo, el bicho es feo y duele verlo, con el florero boca abajo, atrapado por la mano firme del Varo, apurate Varito, que ya quiero que esté eso afuera y que cerremos la ventana y juguemos unas manitas más de póquer, si querés te dejo que ganés las primeras rondas y dice el Cucho que él te regala un traguito del ron que trajo, pero gracias hermano por sacar al bicho, ahora solo te pido que le pongás bonito, que nada cuesta tirarlo con todo y florero, pero Varo, cállense maricones, si nadie se atreve a meterle la mano al animal este entonces me dejan a mí hacerlo como me ronque la gana, y Carrillas, bueno, bueno, dejen al hombre hacer el trabajo, yo voy prendiendo la fogata para la noche y es que es un cobarde el Carrillas, sabe bien que echamos suertes y le toca sacar al elefante aéreo, pero así son algunos, más jugados que el doble cero dice mi tía abuela Rosa.

Me pudro en el frío que hace en este lugar, comienza Tocho, suavecito como siempre porque su mamá todavía le teje cobijas verdes para su casa en la ciudad, deciles Tocho que sos un llorón y que te morís por cerrarle la ventana en la cara a Varo o mejor aplastar al bicho y sí, yo sé que esa fue tu idea inicial, Agarremos a zapatazos al bicho ese, pero Carrillas y yo nos opusimos, por eso yo me encargué de atraparlo en el florero viejo y era Carrillas, claro el gran pendejo, quien estaba a cargo de moverlo hasta la ventana, que miralo ahora, está hecho pequeño al lado de la fogata y mira nervioso el florero volcado y los ojos elefantásticos del bicho, Póngale a sacar a esa cosa, a ver si volvemos a las cartas, pero Varito ni se toma la molestia de volverlo a ver, asomado sobre la improvisada jaula.

Llevamos diez minutos viéndolo moverla, desde que Carrillas empalidó hasta ahora que metió cuchara en sopa ajena, Que te quedés callado, guevón, encárgate de la fogata a ver si hacés productivo, le cayó el Cucho, que desde un principio votó también por el zapatazo y dijo que le valía un tonel de mierda si se quedaba el florero el resto del día en la mesa, con el bicho adentro, esto después de que Carrillas dijera, no, mejor ahora no, pero apenas antes de que Varo se levantara con un bufido, Hijueputas todos, me las pagan y más vos, Carrillas, y desde entonces movió ya medio metro de los dos metros que hay hasta la ventana, y claro que no son muy precisos, pero ni siquiera Cucho trajo cinta mética para medirlo, porque tiene razón Carrillas, podría ser algo rápido, apenas un empujonazo y te lo juro que entre todos pagamos el florero y mañana te ayudamos a recoger los vidrios para que tus abuelos no los vean, prometido, pero Varo es nítido, va moviendo el florero a pocos, un centímetro ahora y otro al rato, midiendo al elefante aéreo, procurando no lastimarle las alas mugrientas.

Cucho sigue barajando, Les voy a hacer un truco de magia, pero solo yo estoy para verlo, porque al otro lado de la mesa está Varo inclinado sobre el florero volcado y Tocho no suelta su lugar al lado de la ventana, Y vos qué, Carrillas, dijo Cucho, que le interesa tener audiencia, pero el otro dice que hay que prender algo de fuego, que veamos al Tocho tiritando ya y mirá es cierto, allá al ladito de la ventana empieza a temblar y a frotarse sus manotas gordas en los antebrazos, Miren todos, la niña de Tocho ya no aguanta el frío de la montañita, soltó Varo, pero nadie supo cómo o cuándo vio al Tocho porque sigue con la mirada absorta en el bicho, y entonces Cucho, Bueno vení vos y te lo hago, Ok.

Soltar las cartas sobre la mesa es cuestión de segundos y con la precaución de no molestar a Varo, que es un carajo muy loco si lo desconcentramos, y la verdad yo nunca sé cual carta escoger en estos asuntos, desde el otro lado de la mesa Tocho lleva su mirada indeciso desde el bicho hasta las cartas y yo lo vi también preocupado por la pilita de fichas rojas y negras que ha acumulado, No hermano, no voy a robarte las fichas, nada gano con tan pocas, le dice altanero el Cucho, que ya comienza a mover las manos con grandes mates y yo le veo con cuidado los dedos porque sé que el truco viene y hace un movimiento extravagante y sale en la mano izquierda con el trébol que elegí.

Carrillas se incorpora, Y si lo tiramos al fuego, al bicho digo, y Varo que ni voltea a verlo solo se sigue moviendo poco a poco, ya va tomando impulso y ahora el elefante aéreo dejó de vernos, parece un gran frijol gris y resignado, esperando que lo conduzcan hasta la ventana, vos qué pensás, tal vez se arrepintió de caer en nuestro juego, la verdad es que mi mano estaba muy fea y el asunto es que Tocho le repartía a Varo y a Cucho, que se jugaban el mano a mano y ellos duran mucho tiempo en pensar cada jugada y si no hubiese caído el bicho nos dan veinte minutos sólo ellos dos, pero cayó entre Varo y Carrillas y yo tomé un florero vacío que tenía al lado y lo encerré, sin pensar mucho lo que hacía.

Cucho baraja y bajara, con los pies sobre la mesa, porque así son las cosas, verdad Cucho, vos subís y bajás las botas donde mejor te parece y si la Universidad las considera inapropiadas ahí mismo dejás botada Ingeniería y vas a Bellas Artes o algo así, yo no te veo Cucho, vos tan espíritu libre encerrándote entre fórmulas y números y no me vengás con que el saber emancipa, andá engañá a Tocho con esa, que por cierto está castañeando los dientes y pagaría una fortuna para que los treinta centímetros entre el florero y la ventana desaparecieran junto con el animal ese y él pudiese cerrar la ventana.

Varo sigue moviéndolo, a pocos, pero no ha apartado la vista del animal en veintitrés minutos, según el reloj de bolsillo de Cucho, que dice que se lo heredó su abuelo aunque ninguno le cree gran cosa, mejor empiezo a preparar con calma las cartas, revolvelas una vez más Cucho, ya se escuchan unas ramas crepitar en la chimenea, Mirá, no sos tan inútil después de todo, dice Cucho, como sorprendido por el avance de Carrillas.

Lo cierto del caso es que ya estaba lista la mesa y la chimenea y el Cucho con su voz tremenda mandó a Carrillas a traernos cervezas a todos, la verdad si uno tiene que ver a un elefante aéreo lo mínimo es abrir la nevera y tomarse una bien fría, las cosas no son fáciles en estas situaciones, y aún el Tocho que ya se congelaba por dentro no pudo decir que no, Y Tocho, no te preocupés, después de damos una tapita de ron y se te quita lo azulado de la cara, no te caería mal y yo pensando en la posibilidad de hacer unas tostadas con mantequilla antes de que terminara Varo entonces Tocho le pregunta que si puede cerrar la ventana un minuto pero nadie le responde y mejor dejala así hermano, no llorés, igual mirá que ya Varito, pelo en pecho, está a punto de llegar al ventanal con el bicho bajo el florero, resignado como vieja ancla oxidada y ya no vuela ni camina, es un gran vago pienso.

Los últimos centímetros antes de la ventana son agonizantes para Tocho, gran pendejo y Varo sigue sin mover los ojos, avanza cada vez menos lento y más seguro y Cucho, Carrillas y yo nos inclinamos con interés y curiosidad y sucede que apenas llega a la ventana, el florero sigue recto y junto al bicho cae afuera, singracia verdad, vos que tanto cuidaste que ni el florero ni el bicho sufrieran nada y ahora se te resbalan en el último centímetro, pero te cuento otra cosa, yo me asomé por la ventana, Tocho, no la cerrés todavía, y no había rastro del animal ese.

Una cosa es cierta, ninguno había visto nunca un bicho de esos, un animal con pinta de frijol deprimido, Pero era alado, aportó Tocho, Sí güevón, todos vimos cuando entró volando y casi te cagás del miedo y me arruinaste la oportunidad de limpiar a Varo, ese era Cucho y entonces yo, Bueno, yo le puse elefante aéreo, ya saben, ya tenemos el terreste y el marino, lo mínimo es darle la oportunidad de expandir la familia, y todos se quedaron callados pero era silencio de aprobación recelosa, del silencio que haría un tipo promedio si se encuentra por primera vez con un elefante aéreo.
Entonces Tocho toma las cartas y las pasa a su izquierda, mientras Cucho termina de acomodar las fichas y Varito se va a dormir, vacío dice. Tocho insiste.

-Dale, vas repartiendo.

jueves, 7 de enero de 2010

Capítulo 1?

Por aquellos días el Auditorio siempre estaba lleno de chiquillas tímidas, de tipos indiferentes, del ocasional cara'e maje, un par de tatuados con caras alegres y los resignados operarios del sistema de cómputo.

Íbamos Álvaro y yo. Ahí estábamos reunidos todos los indecisos del mundo, los pulseadores de siempre, los que exigen una segunda oportunidad a güevo y así. Toda esa gente. Los que por algún motivo íbamos a pedir otra carrera. Yo me tiraba por Ingeniería Mecánica después de un año de Comunicación y Varo iba otra vez a intentar Ingeniería Eléctrica. El año pasado lo pasó comiendo mierda con químicas, físicas y mates en otra ingeniería que ahora no recuerdo.

El sistema es fácil. Unos días eran los aspirantes a ingenieros, otro día abogados, físicos, antropólogos y así iban pasando, Tome su ficha muchacho, vea, camina hasta allá y se la da a aquellos señores, espero que haya traído la fórmula IC-11, ah que muchacho, bueno por dicha aquí tenemos de sobra, tome asiento y llénela, sin prisa, ya sabe que quiere estudiar, verdad, Eh, sí, sí, gracias señora.

-Mae, tenemos el 257 y 258.
-Y dónde vemos por cuál van?
-Allá, mirá, al fondo.
-La sangre del burro, apenas van por el 231.

Esperar. Bueno, y dudar. Porque de nuevo, nos piden que usemos la IC-11 como varita mágica. Un conjuro harripoterciano y ahora seré aspirante a ingeniero, en vez de ser el aspirante a comunicador que era hace diez minutos. Magia universitaria, mi hermano, usted coma callado y entregue el papelito al final de la fila.

-Varito, ojo aquella morena. La de la camisa verde.
-No sea engañado Memo, si ella lo vuelve a ver borro ya Eléctrica y me paso a Derecho.
-No, no, de veras. Está guapa.
-Sí, güevón. Pero usted no. Además, es la única decente en todo el Auditorio. De fijo, de fijo, tiene novio. Se lo canto. Es la regla.
-Y llevan cuatro años. Sí, ya me contaron ese.

Una voz mecánica: 238. Ver a las chiquillas. Burlarse de un par de uno sabe que duraron media hora eligiendo la ropa. Burlarse del mae de goma. Reír cuando se cae el barbudo dos filas adelante. Buscar ángulos rectos en las paredes, en el techo, en la pantalla que proyectan al fondo.

Esto es como un templo. Vamos llegando poco a poco los feligreses y dejamos en las mesas del frente un poquito de nuestra alma, solo un cachito. Una ofrenda, sacrificio de Siglo XXI, cédula en mano y toda la carajada. Es como si uno pasara al altar a dejar la limosna en vez de esperar a la solterona de sonrisa abierta que pasa cada domingo. Es un asunto de fe. Fe que en cinco años habremos aprendido algo y podremos salir al otro mundo real a ser personas reales.

La misma hijueputa voz: 250. Me lleva un tren de putas. Se lo digo a Álvaro y se ríe. Ya quisieras vos, Y seguro que vos no, mae, Sí, pero a mí si puede que me acepten en la entrada. Todos los aquí presentes pasaremos un buen chorro de días pensando: será que ahora soy ingeniero? Y haciendo bromitas parecidas a los compañeros para aliviarse el reptil que se llama duda y que repta por su intestino. Habrá otro animal aparte de los reptiles que pueda reptar?

Que es tu número, güevón, andá a ver si hacemos que esta vara camine. Y paso entre los asientos, cuidado de no caerme como el barbudo, y escucho al mismo tiempo el numerito de Álvaro. Dan ganas de gritar BINGO!, pero nadie reiría la broma. Pésima, además.

Caminar es un calvario. Y hacerlo dos veces es peor. Cómo es posible que hay un montón de hijueputas que desde que salieron del cole ya sabían que querían ser los siguientes todos años de su vida? Y por qué no puedo ser un tipo así?

Hola señorita, Buenas tardes joven, me regala su identificación, Como no, aquí la tiene, Guillermo Collado Sáenz, A81867, vecino de Guayabos de Curridabat, actualmente en Ciencias de la Comunicación Colectiva, Así es, Me entrega la IC-11, Aquí la tiene.

Teclea. Nervios. Futuro en potencia. Hoja milagrosa. Esta, precisamente esta, es la parte de la película que entra el mejor amigo de toda la vida a decirle a la novia que no se case porque la ama, y salen los dos en la Vespa única que tiene el mejor amigo. Nunca muestran lo que pasa con el novio que dejó plantado. Claro, nadie entró a llamarme. Unas cuantas computadoras allá, Varito conversa. Mi operadora terminó.

Entonces Ingeniería Mecánica en el recinto 11, Usted lo ha dicho, Va a aplicar, según me dice la computadora, por examen de admisión y por rendimiento académico, Y por excelencia, No dice nada acá, dice que su promedio le dio 89,73, Ah, ok, Entonces le doy viaje, Cómo, Que si finalizo la operación, Ah, sí, por favor, Bueno Guillermo, suerte en Ingeniería, es un cambio brusco, Sí, yo sé, muchas gracias, Tranquilo, hay muchos expedientes parecidos, Ok, buenas tardes.

Tengo que esperar a que Varito termine. Cuántos aspirantes a comunicadores terminarán ingenieros? Cuántos primer ingreso de Medicina se ganarán la vida siendo abogados o archivistas? Cuándos graduados de licenciatura serán taxistas o jardineros? Ya la morena se fue, tal vez a ver al novio que la estaba esperando afuera. Llegó Varo.

-Vamos mae, estamos listos.
-Ok. Mae, viera que varas. La vieja que me estaba haciendo la matrícula me dijo que sí le daba viaje.
-Y usted que le dijo?
-Di, no le entendí. Era que si finalizaba. Usted se imagina una señora diciendo eso?
-Mae Memo, despiértese. Es el siglo XXI. Vamos por una birra a ver si deja de decir tonteras.
-Yo sé que siglo es, pero me refiero a que. Bueno nada, no vas a entender. Vamos por esa birra que decís.
-Al rato se topa con su morenita.
-Que te callés o te vas a pata a la choza.

Y Álvaro se ríe. Siempre lo hace. Yo sigo pensando en la IC-11.