Es tiempo de cierto lujitos,
qué decirte,
qué decirte,
arrancar seis candelas del queuque
y sentirse otra vez de quince años,
claro, entero,
como si aquí no hubiesen pasado muchas manos
y ojos
y piernas
y labios
y sentirse otra vez de quince años,
claro, entero,
como si aquí no hubiesen pasado muchas manos
y ojos
y piernas
y labios
y hacerse el olvidadizo,
como si no hubiera dolido la mierda
y no tuviera tatuados
entre la tercera costilla y el paladar a
esas manos y ojos y piernas y labios.
Qué te digo,
romper los botones de la prudencia
y mostrar el pelito del pecho
(aunque sea poco)
para aguantar
otras manos y ojos y piernas y labios
y no pensar si dolerán en puta
o sólo un poquito,
sino jugar de macho bravo
o de pubeto inocente
(ya eso se interpreta)
y animarse a re-empezar.
Si me siento palma de mano,
llano y universal,
es para ser ofrenda de iniciación
primerísimo rito,
chiquillada de veinteañero
que olvidó el cuaderno de historia familiar
en un caño de la universidad.
Es el marinero terco
que casi muere ahogado.
Soñarse otras
manos y ojos y piernas y labios
sin saber dónde o cuándo o cuánto pegarán.
Y sin que me importe.
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