Como todo libro del 2013, ironizaba del casi apagonazo del año anterior. Javier, hijo predilecto de la generación X, lamentaba su aislamiento de lo natural y renunciaba de manera simbólica al útero urbano, a la génesis metropolitano, según el crítico de turno del Grupo Nación. Las 312 páginas de su obra estaban llenas de cafetales, huertos de abuelo y filas y filas de matas de banano.
"La frontera" fue un pegue inmediato. La Librería Internacional vendió todas las copias en 2 meses, en su mayoría a estudiantes universitarios y colegiales a punto de graduarse. La editorial estaba considerando una reimpresión y el MEP lo incluyó en la lista de candidatos para las lecturas obligatorias de Undécimo Año.
Algunas semanas después del furor inicial, Karla, novia de Javier, recordó sus parientes de Linda Vista de Cartago y un primo que debía estar saliendo del colegio. Consiguió una copia, con el autógrafo y dedicatoria de rigor, que envió a Marcel, con la certeza que lo encontraría delicioso.
Su primo lo recibió unos días después, con el correo. Ávido como era para la lectura, voló por las primeras sesenta páginas en una tarde especialmente soleada, en una silla frente a la entrada de su casa.
Nomás empezar el sexto capítulo, concluyó que el libro era una total mierda, una fantasía de niño de ciudad que en su puta vida ha visto una pala. Lo guardó en la canasta de yesca para la chimenea y se fue a bajar unas mandarinas, para quitarse el mal humor.
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