"Put a wetsuit on, come on, come onGrow your hair out long, come on, comePut a t-shirt onDo me wrong, do me wrong, do me wrong"The Vaccines
Hace un año estaba a pocos días de ver mi grupo favorito de entonces tocar mi canción favorita de su repertorio; pero eso fue después. Al principio el asunto era que tocaba Blink-182 y, para nosotros, los que tuvimos ocho o diez a finales de los noventas, la única manera de explicar esos años siempre va a ser un disco con una enfermera en la portada. Después me enteré que eran también venían otras bandas: Pearl Jam y los Chili Peppers, que ya había visto en Costa Rica, Mumford & Sons, Jack White y ahí, grupos que conocía de oídas o de una canción. Beirut que tanto había sido para ella y para mí en el 2010. Hasta que una noche, ya cuando había comprado la entrada, los organizadores del festival actualizaron la lista en su sitio web y anunciaron que tocaba también The Vaccines y se me hizo. No son una banda que pueda llamarse genial (su primer disco se llama, apropiadamente, "What do you expect from the Vaccines?"), pero en ese momento me llegaba muchísimo. Estaba medio solo en un país donde toda la gente que eran mis amigos habían sido perfectos desconocidos dos semanas antes y las letras y la música de estos maes tenía sentido. Era honesta, qué se yo. Si me pongo a pensarlo, no sé por qué era tanto el ride con ellos, pero no siento que sea mi culpa. Ojo la trama: "If it's up and after you / What do you suppose that you would do? / You're all whacked out from lack of sleep /You blame it on the friends you keep / You want to do things differently / And do them independently / We all got old at breakneck speed / Slow it down, go easy on me / Go easy on me". Esas eran las letras que tenían; algo de road trip band y otro poco de coming of age band y yo que sentía que Ámsterdam me daba un poco de la dos.
Entonces, el festival. Los planes para comprar las entradas los habíamos hecho con meses de anticipación, desde febrero o marzo. Varios de mis amigos dijeron: no viejito, ("no, dude"), vamos a usar esa plata para viajar por este continente lindo y caro y no para un festival y al final terminé comprando la entrada, que costaba un platal, en una noche medio impulsiva cuando dos amigas dijeron que iban. Ya hay grupo y solo falta la tienda de campaña, y el sleeping (que ese lo compré después en una tienda de aventura, 29 euros y buena calidad). Un día llegaron por correo los boletos oficiales y se armó. Rock Werchter 2012 por la pista. Sí, el nombre era endiablado y todavía no puedo pronunciarlo como la gente.
El día del festival recuerdo que salimos muy temprano de Ámsterdam porque alrededor de las 2:00 p.m. empezaban a tocar las primeras bandas. El viaje en total iba a tarde como 5-6 horas. Me bañé bien bien, extra conciencia y jabón, porque no sabíamos que tanta agua íbamos a ver en tres noches y cuatro días. Al final resultó que nada. El plan del día: bus desde Amstelstation hacia Bruselas con Eurolines, bendición del viajero joven que tiene más tiempo que dinero; de ahí, el combiticker del festival nos daba derecho a un tren hacia Leuven; y, una vez en ese pueblo, tomar un busito que nos llevaba hasta el festival. Entonces Rock Werchter por la pista, de verdad, porque las autopistas holandesas parecen hechas para mover ejércitos. Son enormes, largas, anchas, planas e impecables. Dato curioso: como medida de austeridad para paliar la crisis económica el gobierno decidió, ojo, cancelar la iluminación pública de las autopistas durante unas horas de la madrugada. Mientras otros países cortaban educación, ciencia y salud, Holanda puede darse el lujo de solo cortar la luz de unas calles casi sin tráfico.
Todos los viajeros en el bus íbamos en la misma nota. Rock Werchter por la pista he dicho, con Virginia, la californiana que había conseguido una tienda de campaña prestada y Kathryn y Natalie, canadienses. Ese era mi cuarteto del terror, aunque el resto del bus también cargaba bollos de pan, abrelatas, cosillas útiles para acampar tres noches en el verano belga. A alguien le empecé a explicar entonces lo del plan bus-a-Bruselas-tren-a-Leuven que podíamos aplicar con el Combiticket. Creo que no me creyó, o algo, porque entonces busqué el boleto para cerrarle la jeta con la prueba irrefutable y claro, el tiquete no estaba. Piense, Diego, piense. Di, pura vida, nunca lo saqué del forrito negro donde lo tenía escondido en el clóset de mi cuarto, segunda repisa de arriba hacia abajo, a la izquierda de las camisas y debajo de la cobija para visitas. Allá en Ámsterdam, a media hora de distancia. Y el chofer manejando tan alegre hacia Bélgica.
ALGUIEN QUE FUCKIN PARE EL BUS.
No sé que grité, pero tiene que haber sido algo así. Lo que me da risa ahora es lo que deben haber pensado los otros pasajeros que vieron un latino mal rasurado hacerse paso hasta el chofer. Yo le dije algo de una emergencia, que cuándo era la próxima parada. "Bruselas", dice el tipo, tan calmado. Y yo, que no, que no. Que es una emergencia, un amigo o un familiar (ya no sé ni qué dije) pero me tengo que bajar ya, ahora, hace dos minutos, ayer ayer ayer. Entre mi inglés impaciente me entendió, entre líneas, que estaba dispuesto a ponerle freno de mano al bus si se me ponía espeso y paró en una gasolinera. Me bajé del bus, cogí el maletín y chao bus-que-va-al-festival-sin-mí. Bueno, me bajé. ¿Y ahora?
Lo más feo es que no me acuerdo del nombre de él. Debo tenerlo apuntado en una libretita negra donde llevo notas de mis viajes, después lo busco. Él era un holandés que jugaba hockey sobre hielo con un equipo de aficionados y aceptó llevarme como hitch-hiker en su carro hasta Utrecht, la cuarta ciudad más grande del país,que estaba ahí cerquita. En el camino me contó que manejaba una empresa de equipo para personas con discapacidad, pero aparatos muy puntuales y de punta, que no es lo mismo. Cuando me bajé, en la pura estación de trenes de Utrecht, me regaló un folleto de su empresa. Lo perdí, también.
Subir hacia la estación, el primer tren para Ámsterdam, 22 minutos en el vagón amarillo con azul del servicio Intercity, ningún cobrador que pasara por tiquetes (gracias Cristo), la Centraal Station de la capital, comprar de una vez el primer tren que saliera para Bruselas, tomar el metro porque ni a palos me voy corriendo (nunca usaba el metro, pero ese día si), salir en Waterlooplein, subir corriendo los tres pisos hasta Weesperstraat 11F y encontrar el cuarto caliente por el sol que entraba a través de la ventana cerrada pero con cortinas abiertas. El tiquete estaba a salvo en su escondite. Lo mínimo.
Otra vez el metro (todo esto con mi bulto de acampar), esperar en la estación, perder algo de plata intentando conectarme -sin éxito- al Wifi, encontrar el tren que era y cabecear mucho de camino porque había madrugado y eso no es de Dios. Cruzar todo Holanda, pasar por varios pueblitos y ciudades, sin saber cuál es Bruselas y llegar, finalmente, a una estación grande, iluminada, con toques modernísimos de vidrios y aceros y salir del vagón del tren, medio dormido, a buscar el tren que nos lleva a Leuven porque ya ya empieza el festival. No, muchacho, esto es Antwerpen, la que en castellano le dicen Amberes, aunque eso es en realidad un bar en Flamingo para ir a fin de año, ¿no? Gracias. El lado bueno: la estación de trenes de Antwerpen es de las más lindas que vi. Una hamburguesa rápida en Mac (por el wifi) y seguir el camino hacia la capital belga en el primer tren que encontré.
Finalmente, en Bruselas, de una vez el tren a Leuven, otra vez con el mood festival, las camisas sin mangas, anteojos de sol, sandalias y bolsas con cervezas. En el pueblito estaba el bus que nos llevaría a la ciudad, pero yo primero busqué un minisúper para comprarme unas frías para el camino y para cuando llegara. El bus lo abordé con el mismo tiquete y en menos de media hora estaba ya en el lugar. Entonces fue llamar a las chicas y descubrir que ya habían armado y alistado la tienda de campaña, presentar mi tiquete (otro, eso sí) que me daba derecho a acampar ahí y conocer a Amanda y James, una pareja de canadienses buenísima gente que pusieron su tienda al lado de la nuestra y se fueron de festival con nosotros. Estoy seguro que una noche que tenía insomnio los escuché teniendo sexo en la tienda de al lado pero, hey, es un festival en el verano belga. Todo bien.
Bueno, evaluación de los daños. Perdí más euros de los que quiero saber, unas cuatro o cinco horas más que los demás y la presentación del Bombay Bicyle Club, pero tenía cervezas frías y podía dejar mi bulto en un lugar seguro. No, no había candado, pero la gente en esos lugares no roba. Ya después tendremos, si quieren, la discusión del por qué no pasa, por ahora el protocolo dicta, necesariamente, que yo abra una Jupiler que amenazaba con calentarse, brindar y que me ponga la bandera de tiquicia al hombro (si le parece muy polo en este punto, puede dejar de leer, no me enojo). Natalie, creo que fue, me dijo entonces que tenía el ojo rojísimo. Alguien me pasó un espejo y sí, tenía la vara como ensangrentada, como si se me hubiera roto un vaso capilar en la parte blanca, que fijo tiene un nombre. Todavía, un año después, no entiendo qué fue lo que pasó. En la mañana estaba bien y por la tarde tengo solo un ojo rojo. No, no es el efecto Ámsterdam. Mi tesis es el estrés de haber casi-perdido-el-tiquete, que pocas veces había sentido tan fuerte. Ya pasó, no importa y devolví el espejo, muchas gracias, ¿qué falta, otra birra?
"We should go, guys. Blink is about to start in an hour or so".
Y sí, la entrada de la parte de las tarimas queda como a diez minutos a pata, entonces toca moverse. Bueno, esta va para el camino.
Todos los viajeros en el bus íbamos en la misma nota. Rock Werchter por la pista he dicho, con Virginia, la californiana que había conseguido una tienda de campaña prestada y Kathryn y Natalie, canadienses. Ese era mi cuarteto del terror, aunque el resto del bus también cargaba bollos de pan, abrelatas, cosillas útiles para acampar tres noches en el verano belga. A alguien le empecé a explicar entonces lo del plan bus-a-Bruselas-tren-a-Leuven que podíamos aplicar con el Combiticket. Creo que no me creyó, o algo, porque entonces busqué el boleto para cerrarle la jeta con la prueba irrefutable y claro, el tiquete no estaba. Piense, Diego, piense. Di, pura vida, nunca lo saqué del forrito negro donde lo tenía escondido en el clóset de mi cuarto, segunda repisa de arriba hacia abajo, a la izquierda de las camisas y debajo de la cobija para visitas. Allá en Ámsterdam, a media hora de distancia. Y el chofer manejando tan alegre hacia Bélgica.
ALGUIEN QUE FUCKIN PARE EL BUS.
No sé que grité, pero tiene que haber sido algo así. Lo que me da risa ahora es lo que deben haber pensado los otros pasajeros que vieron un latino mal rasurado hacerse paso hasta el chofer. Yo le dije algo de una emergencia, que cuándo era la próxima parada. "Bruselas", dice el tipo, tan calmado. Y yo, que no, que no. Que es una emergencia, un amigo o un familiar (ya no sé ni qué dije) pero me tengo que bajar ya, ahora, hace dos minutos, ayer ayer ayer. Entre mi inglés impaciente me entendió, entre líneas, que estaba dispuesto a ponerle freno de mano al bus si se me ponía espeso y paró en una gasolinera. Me bajé del bus, cogí el maletín y chao bus-que-va-al-festival-sin-mí. Bueno, me bajé. ¿Y ahora?
Lo más feo es que no me acuerdo del nombre de él. Debo tenerlo apuntado en una libretita negra donde llevo notas de mis viajes, después lo busco. Él era un holandés que jugaba hockey sobre hielo con un equipo de aficionados y aceptó llevarme como hitch-hiker en su carro hasta Utrecht, la cuarta ciudad más grande del país,que estaba ahí cerquita. En el camino me contó que manejaba una empresa de equipo para personas con discapacidad, pero aparatos muy puntuales y de punta, que no es lo mismo. Cuando me bajé, en la pura estación de trenes de Utrecht, me regaló un folleto de su empresa. Lo perdí, también.
Subir hacia la estación, el primer tren para Ámsterdam, 22 minutos en el vagón amarillo con azul del servicio Intercity, ningún cobrador que pasara por tiquetes (gracias Cristo), la Centraal Station de la capital, comprar de una vez el primer tren que saliera para Bruselas, tomar el metro porque ni a palos me voy corriendo (nunca usaba el metro, pero ese día si), salir en Waterlooplein, subir corriendo los tres pisos hasta Weesperstraat 11F y encontrar el cuarto caliente por el sol que entraba a través de la ventana cerrada pero con cortinas abiertas. El tiquete estaba a salvo en su escondite. Lo mínimo.
Otra vez el metro (todo esto con mi bulto de acampar), esperar en la estación, perder algo de plata intentando conectarme -sin éxito- al Wifi, encontrar el tren que era y cabecear mucho de camino porque había madrugado y eso no es de Dios. Cruzar todo Holanda, pasar por varios pueblitos y ciudades, sin saber cuál es Bruselas y llegar, finalmente, a una estación grande, iluminada, con toques modernísimos de vidrios y aceros y salir del vagón del tren, medio dormido, a buscar el tren que nos lleva a Leuven porque ya ya empieza el festival. No, muchacho, esto es Antwerpen, la que en castellano le dicen Amberes, aunque eso es en realidad un bar en Flamingo para ir a fin de año, ¿no? Gracias. El lado bueno: la estación de trenes de Antwerpen es de las más lindas que vi. Una hamburguesa rápida en Mac (por el wifi) y seguir el camino hacia la capital belga en el primer tren que encontré.
Finalmente, en Bruselas, de una vez el tren a Leuven, otra vez con el mood festival, las camisas sin mangas, anteojos de sol, sandalias y bolsas con cervezas. En el pueblito estaba el bus que nos llevaría a la ciudad, pero yo primero busqué un minisúper para comprarme unas frías para el camino y para cuando llegara. El bus lo abordé con el mismo tiquete y en menos de media hora estaba ya en el lugar. Entonces fue llamar a las chicas y descubrir que ya habían armado y alistado la tienda de campaña, presentar mi tiquete (otro, eso sí) que me daba derecho a acampar ahí y conocer a Amanda y James, una pareja de canadienses buenísima gente que pusieron su tienda al lado de la nuestra y se fueron de festival con nosotros. Estoy seguro que una noche que tenía insomnio los escuché teniendo sexo en la tienda de al lado pero, hey, es un festival en el verano belga. Todo bien.
Bueno, evaluación de los daños. Perdí más euros de los que quiero saber, unas cuatro o cinco horas más que los demás y la presentación del Bombay Bicyle Club, pero tenía cervezas frías y podía dejar mi bulto en un lugar seguro. No, no había candado, pero la gente en esos lugares no roba. Ya después tendremos, si quieren, la discusión del por qué no pasa, por ahora el protocolo dicta, necesariamente, que yo abra una Jupiler que amenazaba con calentarse, brindar y que me ponga la bandera de tiquicia al hombro (si le parece muy polo en este punto, puede dejar de leer, no me enojo). Natalie, creo que fue, me dijo entonces que tenía el ojo rojísimo. Alguien me pasó un espejo y sí, tenía la vara como ensangrentada, como si se me hubiera roto un vaso capilar en la parte blanca, que fijo tiene un nombre. Todavía, un año después, no entiendo qué fue lo que pasó. En la mañana estaba bien y por la tarde tengo solo un ojo rojo. No, no es el efecto Ámsterdam. Mi tesis es el estrés de haber casi-perdido-el-tiquete, que pocas veces había sentido tan fuerte. Ya pasó, no importa y devolví el espejo, muchas gracias, ¿qué falta, otra birra?
"We should go, guys. Blink is about to start in an hour or so".
Y sí, la entrada de la parte de las tarimas queda como a diez minutos a pata, entonces toca moverse. Bueno, esta va para el camino.
1 comentario:
jaja que pasada
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