Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

domingo, 28 de noviembre de 2010

Los viejos

"Lights will guide you home,
and ignite your bones,
and I will try to fix you"
Coldplay
El viejo se levantó del sillón al lado del teléfono, tomó su chaqueta verde y se fue a preparar un café. Afuera, el día se escurría entre los cipreses y el barandal blanco y él puso a hervir el oxidado jarro del café, agua hasta la mitad y fuego lento, que no tengo prisa. Como todas las mañanas después de Cerro Doghial, se había levantado antitos del amanecer y sostuvo guardia en el sillón hasta que aceptó tomar la primera taza.

Mascaba un manojo de hierbabuena con miel, para fortalecer las encías. La vieja se levantaría a las nueve y todavía le quedaban un par de horas para rumiar las primeras luces del domingo. Se asomó a la alacena y raspó lo último que quedaba en el tarrito de café, apenas alcanzaba para una taza y la vieja no podía respirar sin tomarse una apenas paraba los ojos.

Durante quince minutos, el viejo dejó la mirada ausente y vagó. El burbujeo lo regresó a la cocina de cuatro ventanas, chorreó media taza y volvió a la salita para vigilar el teléfono. El miércoles le había dictado una carta al escribano y personalmente la había entregado en la estación del correo.

Desde la noche del Cerro Doghial el teléfono lo mantenía en vilo. A la vieja le había dicho que esperaba una llamada del director de pensiones del magisterio, por una famosa nueva fórmula en el cálculo de los pagos que se inventó el nuevo reglamento. Ella le asistía en la vigilancia, tomaba los turnos del almuerzo y la siesta de media tarde, porque él roncaba neciamente y no daba cuenta del mundo exterior. Hoy no podía darse cuenta que estaba en el sillón al lado del teléfono porque ambos sabía que la dirección de pensiones cierra el viernes a las tres cincuenta.

Bajó un almanaque del librero y se puso a ojear las imágenes. Desde que era un chiquillo había visto muchos mapas y fronteras tropezarse y levantarse nuevos, ya no compraba los atlas. Pero lo maravillaban los paisajes lejanos y sostuvo muy cerca de sus ojos una interpretación que hacía el dibujante de las callecitas de París. Pasó una página y salió un retrato de Shakespeare, pero cerró el libro sin saber quién era el viejo feo.

El silencio del teléfono lo extenuaba. La casa chirriaba entera, las vigas lloraban otro año de comején y días y días al sol, pero nada entraba en la salita. Tampoco el viento se animaba a romper el cerco invisible que protegía las ventanas abiertas, por miedo a la impaciencia del viejo y la burla del auricular inerte. Él sacó un pañuelo marchito del bolsillo derecho para secarse las gotas de sudor y siguió sin aparecer un sonido.

La mano de la vieja movió con paciencia la puerta y lo vio sentado en el sillón al lado del teléfono, con el almanaque en la mesita. Se quedó de pie un rato, mirando la escena. Luego anunció que quería café y él movió los ojos hasta los de ella. "Ahora raspé el tarro. Solo queda para media taza" y ella que tenía un antojo terrible y quería tomarse dos bien cargados.

-Bueno. Ya regreso.

Y salió de la salita con el alma en la boca y una última mirada angustiosa hacia el teléfono. La vieja lo escuchó tomar las llaves del clavo donde colgaban y vio la figura con sombrero pasar más allá de los cipreses de la entrada. Con un sonrisa encallada en los labios arrugados, tomó el cable del teléfono y lo conectó al toma de la pared. Llevó el almanaque de regreso al librero, le quitó un poco el polvo del lomo, por aquello del asma del viejo, y regresó al sillón.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Oblación

Es tiempo de cierto lujitos,
qué decirte,
arrancar seis candelas del queuque
y sentirse otra vez de quince años,
claro, entero,
como si aquí no hubiesen pasado muchas manos
y ojos
y piernas
y labios
y hacerse el olvidadizo,
como si no hubiera dolido la mierda
y no tuviera tatuados
entre la tercera costilla y el paladar a
esas manos y ojos y piernas y labios.

Qué te digo,
romper los botones de la prudencia
y mostrar el pelito del pecho
(aunque sea poco)
para aguantar
otras manos y ojos y piernas y labios
y no pensar si dolerán en puta
o sólo un poquito,
sino jugar de macho bravo
o de pubeto inocente
(ya eso se interpreta)
y animarse a re-empezar.

Si me siento palma de mano,
llano y universal,
es para ser ofrenda de iniciación
primerísimo rito,
chiquillada de veinteañero
que olvidó el cuaderno de historia familiar
en un caño de la universidad.

Es el marinero terco
que casi muere ahogado.
Soñarse otras
manos y ojos y piernas y labios
sin saber dónde o cuándo o cuánto pegarán.
Y sin que me importe.


domingo, 21 de noviembre de 2010

La idea

Lo más sensato es dejar de tildar, cambiar las qu- por k-, dejar espacio a lo libre, tomando esto como una metáfora, que bien definió la profesora de español como una comparación no explícita, aunque sí, y bien, yo soy del equipo del símil. O al menos a partir de mañana, no hagás hoy lo que podés hacer mañana, todo tiene cara y cruz y si se tira muchas, muchas veces es muy complicado que caiga de pie. Entonces mejor asomarse al mundo, salir de la coraza absurda que hace rato me hiciste y volver a ser Diego, ese tipo absurdo que fui una vez y que ya dejé de ser.

Todo esto es el efecto catarsis que hablaba Angelick el año pasado, encuentre una válvula de escape y vaya dejando por ahí las cosas. Si usted usa muchas veces al mismo personaje en tal juego, va a ser bueno y en el mundo de pixeles va a ser reconocido. Pero eso no existe, apenas me alcanza para una alegría de media tarde cuando no quiero terminar la tarea de contabilidad. El uno de mi teclado no sirve y eso me complica los símbolos de exclamación, que de todas formas no soy muy enfático en nada que escribo.

Debería tomar ahora mismo todos los despertadores de la casa y romperlos en varios/múltiples pedazos. Aunque eso no solucionaría nada, la forma es nuestra obsesión, abortos del siglo XX escupidos en una década de que me caigo o no me caigo y yo no entiendo lo que dicen estos numeritos, mirá, vení, podés explicarme por qué tengo la pantalla azul. El carajo con este momento absurdo, estos avatares esparcidos por servidores y sitios anónimos, la tercera cuenta de correo para hacer el segundo perfil falso en las redes sociales.

Mi papá me decía que cuando ellos eran chiquillos se iban todas las tardes a jugar ping pong a cuatro casas de la de él, en las tardes de verano y algo se les escapó de estar jugando en vez de estudiar. Eran tiempos sencillos, el tiempo se podía perder en un limitado número de actividades presenciales y el ritual de apareamiento era básico, hola, te hablo, estos son mis ojos y esta es mi boca entreabierta, cuando la abra un poco más va a ser para darte un beso, vale?

Ahora que vos y yo estamos tan lejos que no podemos encontrarnos, que yo sé que estás ahí y a veces me dan ganas de agarrar mi celular y mandarte un mensaje porque encontré un nuevo puesto de libros usados o porque llevo media hora esperándote en una banca del parque de San Isidro de Coronado o porque yo sé que ahí estás y vos también escuchaste el Hypnotic Brass Ensemble y sentiste la piel reventarse de ganas de salir gritando. A veces creo que se piensa mucho en estas cosas que realmente no van a tener una relevancia en mi vida.

Una amiga mia tenía un abuelo, o lo tiene, mi punto es que está el señor con sus cuarenta años y su crisis de preadolescente que muchos se afanan de superar (aunque mi criterio es que es absurdo afanarse de eso) pero está el viejillo, economista muy arrecho y con el pelo medio lleno de canas decide que cuelga la calcu y se mete a escultor. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida, y Pedro Navaja con un tiro en las tripas y rubencito cantando al fondo, que ahora le entra con los de la 13 y suena en todas.

Lo que me gusta es respirar hondo y pensar que estoy con un cigarro muy grande y muy feo, que me obliga a aspirar largo y fuerte y después cuento cuatro segundos, de algún lado lo oí y boto sin pena, cuatro segundos más y luego espero cuatro. Hoy lo hice sentado en la iglesia y a veces eso me llena más de paz que otras cosas. Lo que pasa es que tengo ahora una coraza, me la metiste vos y ella y en su momento, y me la dejé meter yo y ahora lo que quiero es dejarme ir, sentir los hijueputas trenes roncándome en la panza y planear una salida estúpida a algún lado.

Mi profesora de periodismo escrito nos contó varias historias de reporteros que creían que el medio los iba a censurar y se autocensuraban. Mi profesora de sociología me decía que cada día había que hacer una cosa contra lo establecido, solo por el asunto de romper con la monotonía. Un compañero me decía que es raro, lo que hoy lo hacemos vamos a hacer lo mismo dentro de siete días y uno asume que son días iguales, cuando cada día es maravillosamente nuevo.

Las primeras veces que bajaba en bus a la universidad, pensaba que la gente que viajaba había perdido la alegría, yo iba pensando muchas cosas buenas y malas, tontas y retontas y después me bajaba y seguía hacia mis clases. La gente iba aguevada porque deben tener una vida de mierda con un brete de mierda, pero tal vez algo se pueda hacer para aliviar las cosas. El mundo debería de ser mejor, creo que es posible.

Yo era antes un poco más soñador, más temerario, más idiota porque la verdad es que sí viene al caso. Lo que pasa es que ciertas inhibiciones ciertamente nos inhiben. Y al otro lado del charco, por ejemplo, hay una negra cantándole al caribe que va a buscarla. En el noreste de norteamérica hay una universidad que se me negó. Las cosas no son parte de un plan, es cuestión de uno decidir si pasan por nada o pasan por algo.

Creo que con eso ya perdí la idea.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Artesanía

Javier nació en San Pedro, en 1990. A los 23 años, con la flor de la vida en las manos y en simbiosis con el teclado, logró aguantar 400 horas en la silla y (con el culo bien plano, eso sí) terminó su primera novela.

Como todo libro del 2013, ironizaba del casi apagonazo del año anterior. Javier, hijo predilecto de la generación X, lamentaba su aislamiento de lo natural y renunciaba de manera simbólica al útero urbano, a la génesis metropolitano, según el crítico de turno del Grupo Nación. Las 312 páginas de su obra estaban llenas de cafetales, huertos de abuelo y filas y filas de matas de banano.

"La frontera" fue un pegue inmediato. La Librería Internacional vendió todas las copias en 2 meses, en su mayoría a estudiantes universitarios y colegiales a punto de graduarse. La editorial estaba considerando una reimpresión y el MEP lo incluyó en la lista de candidatos para las lecturas obligatorias de Undécimo Año.

Algunas semanas después del furor inicial, Karla, novia de Javier, recordó sus parientes de Linda Vista de Cartago y un primo que debía estar saliendo del colegio. Consiguió una copia, con el autógrafo y dedicatoria de rigor, que envió a Marcel, con la certeza que lo encontraría delicioso.

Su primo lo recibió unos días después, con el correo. Ávido como era para la lectura, voló por las primeras sesenta páginas en una tarde especialmente soleada, en una silla frente a la entrada de su casa.

Nomás empezar el sexto capítulo, concluyó que el libro era una total mierda, una fantasía de niño de ciudad que en su puta vida ha visto una pala. Lo guardó en la canasta de yesca para la chimenea y se fue a bajar unas mandarinas, para quitarse el mal humor.