Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

miércoles, 26 de mayo de 2010

De la incertidumbre conocida

Cuando caminaban podían sentir en el aire la angustia ajena de las metas, del camino-no-recorrido, de saberse en trance. Ellos iban de la mano, como docenas de parejas que a diario asaltaban aceras, plazas, escalinatas de ministerios y esquinas perfumadas. Avanzan sin prisa. A su alrededor pasan miles de pies que salen de locales de madera y se pierden tras puertas. La niña de amarillo va con su madre, tiene un confite en la boca y parece no entender la prisa materna. Pega saltitos para alcanzar el ritmo, todavía con el envoltorio del dulce en la mano. Alejandra quiere agacharse y tomarla de su mano libre, “pequeña, no tenés que correr al lado de tu mamá, ella va tarde para la peluquería pero vos podés sentarte a disfrutar del parque conmigo” hasta que regrese la señora con un nuevo corte y el tinte con acento francés en que gastó el salario de la quincena, pero las mamás que caminan con niñas amarillas son muy celosas con sus hijas y se escandalizaría. Se aleja, pero ellos saben que dos o tres cuadras más adelante buscará la puerta de vidrio donde la niña esperará en un sillón café y gastado, junto a una mesita con muchas revistas viejas (porque las nuevas las guarda la peluquera en casa), mientras la mamá sonríe con timidez y pregunta por Flori, “que mire, me recomendó Sandra que la visitara a usted para que me ayudara, es que tengo un novio nuevo” y ellos prefieren dejar la visión ahí, aquello de la privacidad y la intimidad misma de una peluquería, último bastión de ciertas infidencias. Además los distrae el señor con maletín ejecutivo, traje gris ejecutivo, lentes oscuros ejecutivos, anillo ejecutivo y calvicie promedio. Se detuvo a comprar un pedacito de lotería en el puesto que maneja un señor muy viejo que (y esta vez la visión va por cuenta de Gastón) lleva 22 años en la misma esquina y puede recordar todos los números favorecidos con el premio mayor desde noviembre de 1990 a la fecha. El hombre se inclina sobre la mesa donde el chancero tiene los pedacitos que le quedan, pero lo llaman. Su secretaria le dice que recuerde la cita en la Alcaldía, “va tarde señor, me dijo el Concejal que lo esperaba a las 3 y acuérdese que usted no camina muy rápido”, pero el siempre-ejecutivo asiente (y la secretaria no puede verlo) le agradece el recordatorio, aun cuando es su gesto. Para cuando cuelga se lamenta un poco haber perdido un minuto en esa charla, secretaria nueva que aún no conoce su metódica vida, horas viendo numeritos en pantallas e informes financieros, calculando probabilidades y despedazando las manecillas de su reloj alemán para calzar la agenda diaria. Ellos se detuvieron un segundo, es delicioso plantearse estas interrogantes y su marca de medias favorito o la cantidad de llaves que carga. El ejecutivo vuelve a la mesa, con todas los papelitos pegados con chinches al pedazo de madera, pero él sabe que tiene que seguir caminando para la Alcadía y contra todo pronóstico (en esta parte sí les falla un poco la teoría) dice “deme dos gallos tapaos” y pagados los pedazos sale en carrera. El vendedor archiva tranquilamente el billete, murmurando algo del idiota que compra a lo loco, ellos se encogen de hombros, aunque todavía impresionados por la escena pero con la certeza que a veces el mundo se distorsiona así. Toman rumbo de nuevo, esperanzados porque saben que les falta rumbo y les sobra vida, a veces se toman de la mano o hay momentos que van lado a lado, buscando universos tirados en las aceras o en los pasillos de un mercado. Afuera, las parejas van de la mano a las cafeterías, a los cinemas, a la casa de una prima para poder tocarse sin que los vean los suegros. Ellos caminarán.

martes, 11 de mayo de 2010

Pesca artesanal

Ayer te esperaron.

Era un hombre sentado en un caño, muy solo y muy hombre. Contaba las piedras de la calle. Te iba a decir, cuando llegaras: “Aquí hay sesenta y dos piedras, sólo cuatro con vetas rojas y elegí esta para vos”. No llegaste y él se quedó con la piedrecita en la mano, rayada de rojo, esperándote. Vos estabas seguramente en tu casa, ocupada con labores minúsculas de pequeña diosa mortal o almorzando con un tipo moreno y de camisa verde en una cafetería con aires europeos que sirvió pollo frío y mal café.

El hombre se cansó de esperarte y se fue a casa con la piedra en su bolsillo. Pero siguió buscándote, en su misma rutina diaria. Como todos los días, pero esto vos no lo podés saber porque nadie te lo ha dicho, puso a hacer café en un aparato gastado y dos puestos en la mesa. Ayer te esperó un hombre a tomar café, tu taza con dos de azúcar como te gusta y una costilla de mermelada de guayaba, para acompañarlo.

Vos no sabías esto. Las mujeres como vos se pueden tomar el lujo de obviar las pequeñas existencias que gravitan a su alrededor, tengan o no tengan cafés y piedras involucradas. Ahora que estás leyendo esto te preguntás si es cierto. Hoy también te esperó, pero es religioso con su rutina y hoy fue al teatro con vos. Te guardó una buena butaca y, considerado como es, se llevó para la casa dos copias del programa, por si le preguntabas. La obra estuvo buena. Vos seguías con el colocho, uno o dos besos en la entrada de la casa.

Ahora que leés esto te preguntás en la posibilidad de que sea verídico. En el fondo, sabés que es cierto. Hay un hombre que a diario te espera con una copa de helado de menta chocolate o un papalote para volarlo en el Parque de la Ciencia o en la entrada de una galería de arte, para ver la exposición fotográfica que recién se inauguró. Ahora que leés esto, pensás que sí. Mientras, él te espera con las sábanas matrimoniales abiertas y el libro que estás leyendo de tu lado de la cama. Después el apagará la luz y te esperará, como cada noche, para dormir.

Será un hombre con dos anillos en la mano y un traje formal, con un corbatín negro. Ya tiene un vestido hermosísimo, de tu talla. Compró una corona primaveral. Vos apenas sospechás que es sábado a media tarde, te metés a Internet a ver las últimas noticias. Él llevó a los dos testigos y pagó por el sacerdote. Vos bostezás frente al monitor, deliciosamente desprevenida.

Mañana te esperarán.