Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

jueves, 25 de junio de 2009

Oferta

A otra, la que sea...


No te prometo
que si me amás
vas a dejar de sentirte ingrávida.

No puedo decirte:
si me amás
te desdibujo la tristeza del alma.

Porque el amor no se vende
por onza en las farmacias
como remedio para la amargura,
ni cura el insomnio
o la frustración.
Tal vez aligere la soledad,
pero no está comprobado.

Si te ofrezco un beso,
digamos aquí y ahora,
no es para que lo usés de amuleto.
Él no va a curarte.
Vos naciste con ojos de ceniza
y nadie podrá barrerlos.

El amor no infla,
ni eleva,
ni transporta,
ni muta misteriosamente.

Si me amás, no vas a amanecer nueva
y vas a sentir el mismo peso
de ayer
y del mes pasado.

Pero prometo
ofrecerte la mano
cada vez que la necesités.

lunes, 15 de junio de 2009

Claudicando

"Cuando soñaba con vos amanecía feliz.
Porque alguien una vez me dijo que cuando
alguien sueña con una persona es porque esa persona
se fue a dormir pensando en uno"
P.P.V.
Si ahora le hablo después de tantos días no es algo casual. Yo prometí no volver a hablarle y no rompo mi palabra en vano, pero es que anoche soñé con usted. No cuelgue, por favor. Déjeme explicarle. Era un sueño lindo, y cuando digo lindo quiero decir que sonreía dormido. O que todavía tenía la sonrisa en mi cara cuando sonó el despertador por la mañana. Esa clase de lindo.

Éramos usted y yo, bailando. Mis manos en su cintura y las suyas sobre mis hombros. Perdone lo rudimentario, pero nunca fui creativo para el baile. Lo importante es que estábamos usted y yo, mirándonos cómplices, como tigres. Qué lindas son las miradas cuando tropiezan entre ellas, y la mía decía "Te quiero" y la suya "Yo sé" y era todo lo que necesitaba. A veces mirarse es la mejor manera de hacer el amor.

Yo no sé por qué su voz me maravilla tanto. Es tan delicada y quebradiza, como si la enhebrara una anciana ciega. Pero es fascinante. Usted habla y debo detener el resto del mundo para oírla. En el sueño hablamos mucho. Eran murmullos tibios y familiares. Me imagino un columpio, no se por qué. Y usted y yo abrazados, meciéndonos en él. Y hablando bajito.

Cuando digo abrazados, el suyo es un peso inocente. Que feo estar ahora despierto y tener que pensar que la única manera de tenerla fue en sueños. Casi todo el sueño usted y yo bailamos. Ya ni recuerdo la música. Tampoco tengo muy claro su rostro mientras bailábamos. Recuerdo su presencia, casi ingrávida. Como si flotara.

La parte triste es que el sueño se va. Una vieja leyenda libanesa dice que cada sueño nuevo borra uno viejo. Yo no quiero volver a soñar. Quiero, tal vez, volver a soñarla. Y saber, con terrible certeza, que usted sabe que la quiero. Y bailar. Y tal vez hablar bajito, con las caras tan cerca que sienta su mejilla tibia y usted mi aliento entrecortado.

Si le hablo no es para decirle todo esto. Le hablo porque usted se veía tan feliz. En el sueño, digo. Se veía felis. Sí, con ese. Y yo también. Y le hablo porque de algún modo necio y absurdo me convencí de que podemos llegar a esa felisidad sin necesidad de recurrir a sueños.

Quiero, con seguridad, decirle que la quiero.

lunes, 8 de junio de 2009

El Mostrador

Ella espera tras el mostrador, contando botones. La tienda huele a ventanales recién amanecidos y todavía vibra la madrugada. Cada botón es cósmico e irremplazable. Los hay rojos, océanicos, mundanos, lujosos, cuadrados, quebradizos, torrenciales, violetas, diminutos, silvestres... Nacen a puñados de una pecera fantástica y ella los cuenta, maternal, sin discriminar color, material de hechura o ideología política. Los botones la disfrutan mientras ella pasa cutánea sobre ellos.

Sobre la puerta de entrada cuelga una campana. Suena cada quince o veinte minutos y entra un cliente inoportuno que le exige su atención. Ella se despega con desgana, pero sonríe a manos llenas y atiende siempre con palabras justas y bellísimas. Del local salen radiantes los compradores, pero nadie regresa, porque ninguno encuentra el camino hasta la tienda de nuevo. Ella, feliz con esta irregularidad, cuenta botones tras el mostrador.

Uno o dos han querido recordarla. Los miércoles de lluvia son fértiles para estos desplantes, porque ella acepta al cliente como mudo testigo del conteo mientras mejora el tiempo. Pero ella solo mira sus botones, entra en ellos, se entrega a un multidudinario culto. Los visitantes la miran, unos más tiempo que otros. Algunos travesean los anaqueles, pero uno o dos han querido recordarla. Particularmente las viejas viudas, solas en sus apartamentos blancos. Siempre sin caso alguno.

Hoy, o puede ser mañana o tal vez fue ayer, entra un hombre cualquiera y suena la campana. Ella lo atiende, alegre. Empaca las compras en una bolsa de papel y la entrega, alegre. Saluda al cliente y regresa tras el mostrador, a contar botones, alegre. Él dice, o dijo o dirá, da lo mismo:

-Yo sé que usted espera tras este mostrador, contando botones.
-Debía llegar dentro de dos semanas.
-Sí.
-Aún no es setiembre.
-Me adelanté.

Ella arrastra un banco alto. Él lo acerca al mostrador y se sienta a esperar a setiembre, contando botones.