Advertencia

"Las personas que intenten descubrir motivo en esta narración serán enjuiciadas; las personas que intenten hallarle moraleja, serán desterradas; las personas que intenten hallarle una trama, serán fusiladas. "
Mark Twain

viernes, 5 de diciembre de 2008

Macadamia

"A veces, cuando ya estábamos juntos,
alguien dejaba caer una cucharita afuera y despertábamos"
Gabriel García Márquez

1

Estamos en el cuarto. Ella está sentada frente al espejo grande y se peina su melena negra con el cepillo que usaba mamá. Cada cierto tiempo levanta sus ojos hacia mí, pero los del espejo, y siento que juega dominó en mi pupila. Yo sigo sentado en la cama, esperando que termine de arreglarse el pelo. Algo en el aire huele a macadamia tostada. Debe ser el cepillo.

Yo digo: “Algo huele a macadamia”. Ella sigue bajando y subiendo su mano, como si el mundo dependiera de eso. Como si el cepillo no apestara a macadamia recién sacada del horno. Se mira en el espejo, pero a veces me ve a mí. Me tiendo en la cama, boca abajo, con la cara mirando hacia la pared opuesta a ella, para que no pueda verme a través del espejo.

Oigo el cepillo sobre la mesa y ella que se levanta. Entonces pensamos en abrir una ventana para mover el aire del cuarto, pero nos aterra la idea. Se acuesta a mi lado, sin tocarme. Pero la siento respirar. Se mueve su pecho.

Ella sabe que la veo y me dice: “Deberíamos irnos, mañana es miércoles”. Yo tengo miedo de soñar con otra mujer el próximo martes, una que no sepa usar el cepillo de mamá. Entre las tablas de la pared entra un rayo de luz. Amanece y ya debemos despertar. Tal vez sea ella la que huele a macadamia.

2

Cambiamos papeles. Yo leo los diarios del mes pasado con los lentes de su papá. Estoy sentado en un sillón de cuero gastado, que pica en los antebrazos cuando me apoyo. Las noticias son las mismas del mes pasado. Ni los anteojos logran encontrar otro enfoque. Ella me espera en un rincón del suelo, jugando con una bufanda. La enrolla en su cuello y cuando la suelta, cambia de color. Pero yo leo.

Se acerca hasta el sillón y queda a mi lado, respirando. En el centro del cuarto está la cama, despreciada. Ella dice: “No nos conocemos”. Lo pienso, pero sí recuerdo. Le digo: “Nos vimos una vez”. Entonces ella se aparta del sillón y vuelve con la bufanda, esta vez sobre la cama. Me responde: “Solo vos nos viste, mejor sigamos soñando”.

3

Sentado en la cama, la espero. Las paredes del cuarto no tienen color, porque acá las palabras se olvidan. Puedo oler los colores, pero no recuerdo cómo describirlos. La macadamia volvió. Es una palabra lejana, de algún lugar entre los trópicos. Si digo “macadamia” frente al espejo, siento que llueve.

Ella entra por la ventana. Corro a abrazarla y a decirle al oído palabras suaves, porque odia la ventana. “Gárgola, sandía, entendimiento, principado” le digo y creo que entiende. Nos quedamos ovillados los dos, volcados sobre el otro.

Ella me dice: “Casi no llego”. Le veo los ojitos cuadrados por el pánico. Afuera comienza a caer una lluvia ligera, suena a trote de cachorro. Yo pienso en los geranios que ella tiene en el balcón, que florecerán con la lluvia. Las flores son rojas. O eso dice ella, porque yo no conozco su balcón. Tampoco su casa. Apenas la he visto pasar.

4

Entro al cuarto por la puerta de madera. Ella me espera en la cama, manoseando un lápiz rojo. Lo tira y lo atrapa, una y otra vez. Cierro la puerta con cuidado, para no distraerla. La espero junto a la cama, sin mirarla. Cuando por fin se le cae, vuelve la cara a la pared y dice: “Llevo cuatro años aquí”. No es rencor, es desilusión. La siento escurrirse entre las sábanas.

Me siento a su lado, pongo mis manos sobre las rodillas y respiro. El aire se llena de macadamia. Busco en las paredes y está de un lado el espejo con el banco y al otro el sillón de cuero. Ella lo notó, porque no me dijo nada. Me inclino sobre ella y busco sus labios. Los ofrece de costado, sin interés.

A un tiempo nos levantamos y yo leo los diarios en el sillón y ella se peina la melena. Los lentes de su padre no me sirven, tienen demasiado aumento. No distingo las letras de los titulares. Me concentro en las fotografías de la sección de deportes. Ella sigue cepillándose, pero lo hace más pausadamente. Casi con dificultad. Me dice: “Este cepillo huele a sábila”. Yo le digo: “No”.

Paso un par de páginas del periódico, pero no logro leer nada. La miro. Sigue sentada frente al espejo, pero ahora me mira a mí. El aire se enturbió y me levanto para abrir la ventana, pero no entra viento. Entonces le digo: “Hoy te vi en la calle”. Vuelve hacia mí un segundo sus ojos y sigue peinándose, absorta en el cepillo. Doy vueltas por el cuarto hasta que aterrizo en el sillón. Yo digo: “Hoy te vi, pero no eras vos”.

Ella-en-el-espejo me mira, pero ella sigue ocupada cepillándose. Sus manos suben y bajan por su melena, buscando imperfecciones para doblegar. Dice: “Después de cuatro años” y yo digo: “Sí, pero no eras vos”.

Regreso al sillón, me esperan los lentes y el diario. Trato cerrando el ojo derecho, luego el izquierdo, luego sin los lentes. Pero no puedo. Mis anteojos los dejé en mi cuarto. Me estiro en la cama y juego con las almohadas. Yo digo: “Pero no eras vos”. Entonces escucho el sonido del peine de mamá quebrándose y un olor muy fuerte a macadamia. Ella mira los restos del peine y dice: “Es porque perdiste cuatro años soñando conmigo”.